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weblog de Iwi

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Chalados y chaladuras

 

Últimamente tengo la teoría de que esos amores a primera vista es imposible que existan, quiero decir, que sean verdaderos. No, no es de gente que esté bien de la cabeza. La gente normal se va conociendo poco a poco, y consolidando la relación siguiendo unos pasos y unas pautas razonables. Ésas son las parejas que luego vemos que acaban con adosado en las afueras y coche familiar, y en el fondo todos envidiamos, al menos en cierta forma (sobre todo cuando tu magnífica relación libre y pasional se viene a pique).

Conste aquí que yo siempre me he enamorado de esa manera inmediata y arrebatada. Por eso, yo que he sido la gran defensora de estas improvisaciones, me siento con autoridad para opinar (quizá esté haciendo de abogado del diablo, quién sabe), y pedir un poquito más de cabeza fría y racionalidad. No olvidemos que la pasión es sólo un estado de ansiedad.

Aquí, en el ambiente en que nos movemos y con los tiempos que corren, quien más quien menos no está bien de la cabeza, y si recordamos, dios los cría y ellos se juntan.

La gente que se tira a los brazos de otr@ sin pensarlo es porque está en una situación emocional frágil e inconscientemente desea entregarse al primero que pase que cumpla un mínimo de espectativas. A veces estamos tan necesitados, por la razón que sea (soledad, escapar de una realidad, imposibilidad de manejar la propia vida), que ese mínimo es ínfimo, y si ni siquiera lo cumple nosotros nos inventamos que sí, nos lo queremos creer y nos lo creemos, o, oh gran error, peor aún, pensamos, aunque sea de una manera muy remota, que podemos cambiar a la otra persona. ERROR, repito. Se están colgando de pasiones irreales, de películas montadas en su propia cabeza.

¿Que me estoy volviendo fría? Puede. ¿Que estoy afectada por lo que me ha ocurrido? Seguro, pero una cosa no quita la otra. Hay mucho colgado por ahí. En realidad no está mal que eso suceda, no si la dos partes se prestan a ello y son conscientes del por qué. Sólo en ese caso sería perdonable ese empleo del tiempo en jugar al amor loco, pero me temo que la mayoría de las veces no se realiza esa reflexión.

No creo que haya pistas fiables para detectar a los chalados, no más allá de las que el sentido común impone, pero he aprendido una lección, de toda esta operación, y de la experiencia de los demás también: la primera impresión suele ser más válida de lo que pensamos. Si el que conoces es infiel probablemente lo sea contigo, si es mentiroso nada indica que deje de serlo, si es un inmaduro, ¿por qué va a madurar? ¿por tu gracia divina? ¿tan bueno te crees?, si es un problemático tienes todas las papeletas para una relación tormentosa, si tiene diversas adicciones, lo mismo, y así con todo. Pero esta primera impresión solemos olvidarla a las primeras de cambio, en cuanto se nos revolucionan las hormonas y se nos calientan ciertas partes del cuerpo, y luego pasa lo que pasa.

A partir de ahora voy a hacer una plantilla de mínimos, horóscopo incluído, y la que no la pase desechada. ea.

 

El abismo que todos llevamos dentro

"Pero el vacío tiene el valor de lo pleno y se asemeja a ello. Un medio de obtener es no buscar, un medio de tener es no pedir y sólo creer que el silencio que forjo en mí es respuesta a mi..., a mi misterio".

Clarice Lispector.

Hace años, en una sobremesa de éstas prolongadas horas, arreglando el mundo, hablando de lo divino y de lo humano, ya no recuerdo al hilo de que conversación añadí: "... el abismo interior que todos tenemos dentro". Una chica, Nuria, me reprobó: "Yo no tengo abismo interior de ése". Cierto es que Nuria era, y es, una chica sencilla, en extremo amable y optimista, nunca entra en conflictos, la sonrisa siempre en su cara. "¿Cómo no puedes tener abismo interior?", "No teniendo", "Todos tenemos", "No, yo no tengo".

Y ahí fue donde me di cuenta que quizá había gente, las menos, todo hay que decirlo, que no tenía ese punto de sufrimiento seguramente enfermizo, esos traumas por siempre irreconcialiables con la normalidad, ese encontronazo con lo desconocido, lo inasible y el misterio de la vida; cada uno su estilo de abismo, cualquiera que sea.

Y desde entonces, en cierta forma, envidié a estas personas. ¿Cómo debe ser poder abarcar por entero tu interior? Sin duda, una convicción religiosa sin fisuras contribuye a ello. Quizá yo tenía razón y todos tenemos de eso, quizá tenía razón ella, o lo que ocurría es que no se había tropezado con él y probablemente (eso le deseo) nunca lo fuera a hacer. También puede ocurrir que mucha gente niegue la evidencia, y pase de largo ante lo que asume irresoluble. Probablemente haya distintos caminos para el crecimiento interior, y corto ya que me estoy poniendo de un trascendental insufrible.

Hay una peli de Woody Allen, "Annie Hall", creo que era, pero no me hagáis mucho caso o confirmádmelo si es así, donde sale una escena de una pareja de pijos de la época, alguien pregunta por qué ellos son felices y Woody allen responde que porque son simples y viven sin preocupaciones, o que no se comen la cabeza o algo así. (joé, la próxima vez que haga un post sobre una escena de cine me cercioraré antes de cómo era exactamente para no escribir tantas divaciones). Bueno, simplificando, lo que viene a decir es eso, que se es feliz cuando se es simple.

Conclusión: que lo mejor en estos casos es comerse la cabeza lo menos posible.

y ya.

 

 


 

 

Cristina Peri Rossi - libros a granel

Hace muchos años, cuando yo era adolescente, en lo que entonces eran los hipermercados "Continente", ahora "Carrefour", había una oferta de libros, 3 por 2. Yo estaba interesada en dos de ellos. El tercero, de regalo, debía elegirlo de un cajón de libros donde parecía que estaban a granel. No conocía ningún título de los ofertados, así que como el tiempo apremiaba elegí uno al azar, llamado "La tarde del Dinosaurio", de una tal Cristina Peri Rossi . Fue el tercero que me leí, y desconfiaba profundamente de él (era feúcho por fuera). Ya no recuerdo el título de los dos primeros, pero "La tarde del Dinosaurio" me impactó tanto, en especial el último cuento que venía en esa edición, "La rebelión de los niños", sobre la represión durante la dictadura en Uruguay, que tuve la certeza de que había dado con una autora importante, a pesar de que nadie parecía conocerla, y aún hoy no se me ha olvidado esa impresión.

No me equivocaba, a lo largo de los años no me ha defraudado, he ido leyendo libros suyos, novelas y cuentos, geniales todos, y he ido conociendo a gente a la que también le gustaba esta autora.

La poesía la descubrí recientemente, la desconocía (tonta yo, prejuiciosa...), pero salió una fabulosa antología suya hace poco en Lumen, "Poesía Reunida", que me ha fascinado y se ha convertido casi en uno de mis libros de cabecera.

Gracias, Azar, por haberme descubierto a esta gran autora. Quizá la hubiera descubierto tarde o temprano, porque ya sabemos... que todos los caminos conducen a Roma y la cabra tira al monte y tantos dichos populares, pero fue antes que después, cosa de la que me alegro muchísimo.

Nota: Esto es poesía , y no tanta miel y caramelo que dan ganas de vomitar, del empalago, de la cursilería, esto es relato erótico y no tanta orgía vulgar y narcisista, pero el que se conforme con lo barato, allá él/ella.

Sin novedad en el frente

canción (me recuerda un poco a gurb Guiño )

 

Bueno, ha empezado a hacer un frío del demonio, quitando eso, continúo con mi retiro, casi espiritual.

Parezco niña en acogida, pero no tengo ninguna queja (tengo suerte después de todo), rodeada de gente buena y amable, me distraen y cuidan mientras decido qué hacer con mi futuro, ya que todo esto ha dejado cojos varios de mis proyectos (no vuelvo a planear nada con nadie; a partir de ahora yo sola).

De vez en cuando se me vienen a la cabeza reflexiones del tipo "creo que no podré confiar en nadie nunca más" y pensamientos automáticos negativos por el estilo. No sé si se me irá pasando con el tiempo, tampoco me preocupa, sólo me da pena.

Ya ha pasado el suficiente tiempo, el suficiente como para echarla de menos, encontrarla lejana, acostumbrarme a mis nuevos días...

Estos cambios de casa y hasta de país me trastornan demasiado. al principio estaba bien, pero luego parecía que no lo podía parar. Demasiada inestabilidad. Van siete mudanzas, siete ciudades distintas en cinco años, a este paso, ocho en seis años. Ya me vale. ¿Desarraigo? Soy experta mundial. Hay un momento en que no tiene vuelta atrás, lo perdido perdido está, gente, costumbres y lugares. El chico amable del kiosko de abajo, el camarero del bar de los desayunos, la dependienta de la farmacia, el conocido que saludas por la calle, todos ellos se confunden en la niebla de la desmemoria. No se puede arraigar.

Tanto luché por borrar los primeros lugares comunes que lo conseguí, vaya si lo conseguí, más no se podía. Ya lo dice la maldición árabe: "que se cumplan tus deseos". Y aquí estoy, como un actor sin escenario, mi vida en blanco, todo dispuesto para ser escrito a partir de la nada: casa, trabajo, amigos, escenario. A construir a partir de mi voluntad. Alguien me podría envidiar, alguien (pocos) que estuvieran tan en desacuerdo con su propia vida que quisieran cambiar radicalmente. El problema es que lo que en un principio, hace cuatro o cinco años, fue un deseo ahora es algo impuesto, porque a mí ya me gustaban mi casa y mi novia, empezaba a regar para arraigar, pero no pudo ser, y de nuevo me encuentro con el vacío ante mí y la necesidad de empezar a construir, cuando no hay tanta ilusión ni tanto material, ni tanto personal.

Pero será el misterioso impulso que todo ser humano lleva dentro y le hace ir más allá, un sueño, en esta ocasión más lejano que otras veces, difuso, que me empuja a seguir intentándolo tras otro nuevo, digamos, fracaso, que no lo es, que ya lo sé, que no hay que llamarlo así, que de todo se aprende, pero es para entendernos.

y no tengo ni idea, ni puñetera idea, de cómo hacerlo esta vez. 

¿perdida? más bien ojiplática de la impresión, paralizada del susto, palpando el terreno en el que he ido a parar tras la experiencia con el paracaídas defectuoso.

Siempre hay una nueva manera de cagarla y ésta es otra

Ayer bebí y me sentó mal. No suele ocurrirme, siempre digo cuando esto sucede es porque algo no funciona bien dentro de nosotros o nos empeñamos en tapiar sentimientos, el alcohol derriba el muro y éstos afloran.

Me empeñaba en que todo fuera demasiado bien y no era cierto.

Desde aquí pido perdón a quien molesté, aunque sé que no me leerá, pero yo lo digo.

El blog me plantea un problema. Como es un blog en el que cabe de todo porque yo así lo decidí, desde política, medio ambiente, curiosidades, música y cine, hasta mis pensamientos más dispersos o íntimos, me encuentro con que no quiero que la que hasta hace poco fuera mi pareja lea estos últimos. Puedo cerrar el blog, pasarlo a otra ubicación o simplemente no contar nada excesivamente privado. Como no quiero que suceda ninguna de estas cosas seguiré escribiendo aquí, y lo único que puedo hacer es pedirle por favor que deje de leerme y que me olvide. Espero que esto sea así.

 

Para quien le intrigue lo que ha pasado, que a muchos les resbalará pero sé que todos llevamos un cotilla dentro, lo contaré, no tengo problema.

La historia es vulgar, por previsible y repetida. Me puso los cuernos. Con una que comentaba en el blog de LE y luego comentaba el mío, la tal "biblios", no sé si os suena. Eso no es lo más grave: anda enamoriscada de otra, bloguera también, desde el verano y seguro que ha habido much@s más. Podría haber perdonado la infidelidad, no la deslealtad. Además de su conocida inmadurez, es una mentirosa patológica y, a pesar de las muchas advertencias y señales, yo me he negado a verlo hasta el final. Su versión de los hechos es que yo estaba deprimida y enganchada y por eso buscó fuera. Eso es lo que más duele, que encima me eche las culpas, cuando es tan fácil como decir que se cansó de mí. Duro, pero sencillo y sobre todo real.

Y eso es todo. Existen numerosos detalles, escabrosos algunos de ellos, pero no modifican la historia en lo fundamental.

Nunca le dije por el blog lo que la quería, me daba vergüenza y lo veía innecesario teniéndola al lado como la tenía. Ahora, como fin de fiestas, le digo que no he querido a nadie tanto en mi vida, y ya está, que le vaya bien, y que tenga suerte, que la va a necesitar.

 

Quiero olvidarla, y estoy segura de que cualquier día de éstos lo habré conseguido.

 

 

 

la poesía y la ciencia

La opinión d la terapeuta, del brujo, del astrólogo, de la amiga, de la experta, del amigo, de la madre, de la hermana, del desconocido, de la conocida... éste libro y aquél.

Evasiva infiel, dependiente, complejo de redentora... términos.

Madurez, hormonas, sustancias del cerebro, enamoramiento, ciclos.

Soluciones. No te dejes caer, nunca. La espiral negativa. Sube, ríete.

Este ex y la otra, el tuyo y la mía, historias de aquí y de allá, con niños es peor, hijos de puta y adictos, reparto de bienes, infieles e imbéciles, inconscientes y maltratadores. Lo bueno, la parte positiva, lo racional. Qué putada.

Aprender.

 

Estoy harta ya.

El crujido en el estómago

Eso que llaman clarividencia puede no ser más que un decodificado inconsciente de señales. En un momento determinado sabes algo, aunque todavía no sabes que lo sabes, lo intuyes sin ni siquiera percatarte de ello. ¿Intuición? Quizá se trate de una forma refinada de inteligencia.

Sea como sea, tengo la experiencia en dos ocasiones de abruptamente tener la certeza de una ruptura sentimental (el crujido en el estómago), antes de que ocurriera, antes incluso de que cualquier indicio lógico o criterio objetivo lo indicara. Pero solemos despreciar esas intuiciones y sólo con posterioridad confirmamos su autenticidad. O no queremos oír lo que nos quieren decir, negamos la evidencia.

La primera vez fue hace años. Tras una noche desastrosa en la que yo estaba muy cansada y no hacía por favorecer la química con los amigos de ella, nos retiramos al hotel relativamente temprano. Ella estaba de mal humor y no quería hablar. Un momento bajo como otro cualquiera, nada que indicara una grave crisis ni nada por estilo. Entonces, con mi cara sobre su vientre, liso y aceituna, suave y dulce, sin venir a cuento, tuve la poderosa sensación de que ésa iba a ser la última vez que la abrazara así. Y empecé a llorar sin contenerme. El ombligo se le llenó de lágrimas. Ella me dejó hacer, lo que yo interpreté como generosidad y al mismo tiempo la confirmación de lo que pensaba.

A la mañana siguiente todo siguió tan normal y olvidamos el incidente. A la semana, me dejó, por teléfono y sin explicación.

La segunda vez fue hará un mes y medio. Me sorprendió exactamente la misma sensación, el extraño vuelco en el estómago y la sensación única de inminencia de la ruptura. Me asusté cuando recibí la punzada e inevitablemente vino a mi mente la imagen de aquella otra vez. No podía ser, otra vez no. Busqué sus ojos con avidez pretendiendo encontrar una respuesta, pero no obtuve respuesta concluyente, ni una pista siquiera. De nuevo lloré, ella también, pero no sé si era por lo mismo. En esta ocasión hablábamos de solucionar los problemas, de poner de nuestra parte. de revisar el caso en febrero, por lo que me tranquilicé, no siempre esa sensación tendría por qué ser definitiva, ¿qué pasó con nuestro libre albedrío, con nuestra voluntad de solucionar los problemas?

Me engañaba a mí misma. No hubo segunda oportunidad, ni espera, ni revisión, los acontecimientos se sucedieron en una secuencia imparable y hasta previsible sobre la que no pude actuar, tan sólo asombrarme ante lo que parecía más bien una película que mi propia vida. Una película mala, además.

Así las cosas sólo me queda esperar no tener nunca más ese puto crujido en el estómago, que es el vértigo ante el abismo.

 

Nota: escribo porque he pillado un ordenador unas horas. tenía mono ya. Hablando de mono, sigo sin fumar... weeeee, oooola.

Madrid *

* ficción bloguera

fangoria - me odio cuando miento

 

 

Calle San Bernardo arriba, me enamoras cuando conduces. Silencio.

- Quédate un rato más.

- No puedo - me respondes.

Evito analizar los porqués, que intuyo dramáticos, y prefiero pasar estos minutos disfrutando de tu compañía.

Semáforo en rojo, quedan sólo dos calles para llegar. Te miro, te giras, no sé si queriendo decirme algo. Más serias no podemos estar. Me acerco, sólo quiero tus ojos, me prohíbo lo demás. No lo soporto, cierro los míos, y deseo que el tiempo se detenga, atraparte, que el universo se ciña a este cubículo. Siento tus labios. Nunca sabré cómo avanzamos sobre ese espacio que hay sobre la palanca de cambios.

Por fin probamos lo que sucedería: quemaríamos el mundo, y tú y yo nos consumiríamos con él.

- Quédate - te suplico.

- No puedo.

Semáforo en verde.

Ella te esperaba alerta, y tú no eras suicida entonces.

 


Mis pensamientos sobre Gaia

Björk - Hunter

El día que dejamos de adorar a La Tierra

y empezamos a adorar a dioses lejanos

firmamos la sentencia.

 

Nos disociamos,

nosotros, la materia gris,

envalentonados y arrogantes,

abrazados al raciocinio,

embriagados de codicia,

abocados a la carrera suicida

de la droga negra,

nos separamos de la madre.

 

Las plegarias perdidas

deben volver.

 

 

 

 

Se supone que todos descendemos de unas doce personas. Me imagino aquella pequeña comunidad, aquel viaje posterior por el que nos expandimos por la tierra, lleno de peligros, animales nuevos…

De ahí a conquistar el mundo. Somos capaces de lo mejor y lo peor.

Qué mala suerte, ¿no? Con la de años que ha vivido la humanidad y nos ha tenido que tocar vivir precisamente ahora. Pero, ¿cuándo no ha habido catástrofes, guerras, fines de civilizaciones?

Lovelock , prestigioso científico y creador del concepto actual de Gaia -siempre agradecidos-, piensa, en esa metáfora antropocéntrica llevada hasta extremos tortuosos de equiparar al planeta con el ser humano, que somos el sistema nervioso de la Tierra. Yo pienso que somos más bien su materia gris. Cada ser humano sería una neurona. El sistema nervioso lo constituirían los seres vivos en su conjunto.

De todas formas Gaia no es una persona y llamarla planeta es algo simplista (¿no se han peleado hace poco por si Plutón era o no un planeta?). Es un sistema vivo, sí, pero desconocemos su naturaleza.

Un pez está vivo, tiene sistema nervioso, pero nunca será capaz de comprender que dos más dos son cuatro. Eso no significa que dos más dos no sean cuatro.

De la misma manera que un pez no entendería esto, nosotros nunca podremos entender el mecanismo que nos sostiene, a nosotros y a la tierra. Que no lo entendamos no significa que no exista y tenga su lógica, simplemente ésta se nos escapa.

Fue J. B. S. Haldane quien escribió: "Sospecho que el universo es más raro no sólo de lo que suponemos sino de lo que somos capaces de suponer".

Disiento también con la teoría de que nosotros somos el virus de la tierra. El virus, si acaso, está dentro de nosotros, es mental, y es la avaricia, pero los humanos somos parte de Gaia también, - todo es uno (y el universo es mental) -. No somos el virus, ni su cáncer, porque la tierra y los mismos virus que contiene forman parte de su sistema. La muerte que dentro de ella se produce en ocasiones no hace sino ratificarla viva.

Rompimos las conexiones emocionales con la madre y tenemos la percepción distorsionada. El concepto mismo de riqueza es relativo, depende de la riqueza de los demás y desde luego la riqueza verdadera no es la que pensamos actualmente, de hecho así lo empiezan a constatar incluso los economistas. La riqueza es la satisfacción de las necesidades básicas, dentro de las cuales debemos incluir un entorno natural saludable y sostenible. La riqueza debe ser también espiritual. Hay que cambiar conceptos y mentalidades.

Lovelock es un agorero y excéntrico viejecito inglés, de alguna forma vendido a la industria (no estoy para nada de acuerdo en que la energía solar y eólica no sean salidas realistas y la energía nuclear sea la única solución ecológica), de otra siempre muy suyo, que piensa cosas como que el calentamiento global llegará hasta extremos insostenibles y la población global se verá diezmada y condenada a vivir en lugares nórdicos [que se expanda esta idea es una mierda porque nadie querrá invertir en África], que hemos llegado a un punto de no retorno, que no tiene solución porque los sistemas sociales actuales son demasiado lentos para reaccionar. Algunos dicen que es tan catastrofista porque le queda poco para morirse y está aprovechando para ser provocador y anunciar un mundo apocalíptico para que la gente reaccione. Pudiera ser, pero no estoy tan segura. No lo sé bien. En realidad paso de Lovelock y de leer su famoso libro “The Revenge of Gaia”. Me sé las conclusiones y prefiero centrarme en las soluciones.


Cuando EEUU entró como contendiente en la Segunda Guerra Mundial, transformó toda su industria en armamentística (de la que se hicieron cargo las mujeres, por cierto) en seis meses. Se puede hacer, querer es poder. Igual que se cambió para construir tanques y bombarderos se puede cambiar (ahora mucho más) para la fabricación de unidades de producción de energía eólica y solar y coches híbridos o directamente eléctricos o solares.

Otro dato, durante estos años se suspendió la pesca en la zona del conflicto (obvio, era muy peligroso); al cabo de de esos cuatro años de parón algunas de las especies, prácticamente esquilmadas después de siglos de explotación, se recuperaron.

La tierra es frágil, pero tiene un poder fuerte de autoregeneración, el problema es que ya no puede hacerlo sola, tenemos que ayudarla.

El hombre no puede vivir sin futuro y si éste no es posible tendremos que inventárnoslo.

El mundo ya nunca será cómo lo estudiamos de pequeños en aquellos libros de Geografía o Ciencias Sociales, pero puede ser, por lo menos.

 

En realidad sólo veo un problema grave: los océanos. El sistema de la vida en los océanos es mucho más delicado que sobre tierra firme. Al derretirse el hielo del Ártico cambiará la salinidad del mar, y entre eso y el aumento de temperatura, prácticamente todo el fitoplancton morirá. Esto, aparte de cargarse la vida de los océanos (sin la cual podríamos vivir, con dificultad pero podríamos) impedirá la transformación de CO2. El fitoplancton es el responsable de LA MITAD de la transformación de CO2 sobre la tierra, por lo que si esto ocurre habría que duplicar la masa forestal existente actualmente para mantener el equilibrio. Eso sí que es un trabajo. Podíamos empezar ya.

 

Títulos de crédito

Lo que más me gusta de las películas son los primeros minutos, mientras salen los títulos de crédito. Todo es posible y ahí concentramos nuestras expectativas, deseando dejarnos sorprender, cautivar, embaucar por el milagro que todavía constituye el cine.

El genio indiscutible de los títulos de crédito es Saul Bass (El hombre del brazo de oro, Vértigo, Psicosis, Casino). Otros diseñadores destacados por las secuencias de inicio son Maurice Binder (James Bond cuando dispara al objetivo y cae la sangre) y Kyle Cooper (Seven). A mí me gusta particularmente Juan Gatti, quien ha realizado algunos de los títulos de las películas de Almodóvar (Mujeres al borde de un ataque de nervios, Átame, Tacones Lejanos, La mala educación y Hable con ella).

Aquí, por si estáis aburridos, os dejo unos enlaces de Youtube con lo que ha alguien ha considerado

Los mejores títulos de crédito Parte 1

 

 

Los mejores títulos de crédito Parte 2

 


Generalmente, no siempre, durante los dos o tres primeros minutos, te puedes hacer una idea de cómo será la película, el género y el estilo, buena o mala. Luego llegarán los matices.

Hay comienzos de películas espectaculares, intrigantes, chocantes y muchos auténticas obras de arte, donde el sonido (una sirena de policía, una voz en off, el motor de un coche, el bullicio de un pasillo de universidad…) y/o la música (un aria, un rockandroll, un saxo, una guitarra flamenca…) juegan un papel fundamental y te consiguen introducir en breve lapso de tiempo en otro espacio, arrastrarte hacia una sensibilidad determinada. Luego están los colores y los diseños de las letras, cómo se pasa de unas a otras, cómo se combinan con las imágenes, cómo se funden, modifican, giran y, en general, juegan al capricho del que las diseñó.

Es el trozo de la película donde el director le puede dar más rienda suelta a la imaginación y al preciosismo. Es en las primeras secuencias donde se lo juega todo para sorprenderte y engancharte. Muchas veces esa primera actitud te condicionará toda la película, sobre todo si hablamos de cuando se emiten en televisión, donde claramente deciden si te quedas a verla o no.

Las de televisión, y en especial los telefilmes, son tema aparte. Tú zapeas y, casualidades de la vida, descubres que justo va a empezar una película porque tropiezas con las imágenes del estudio o la productora. Ya por ahí tienes la primera información, aunque no siempre. A veces te tienes que esperar a ver la calidad de los títulos y las primeras imágenes, a que hable alguien o pase algo que te dé una pista sobre lo que irá la cosa.

Si es lo que estás buscando, entre todo el desastre de la programación actual y sin haberla mirado previamente, una película siempre es una buena noticia. Luego llegarán las rebajas: es “Cine de Barrio”, comedia de instituto americano, infantil, de animales que hablan o, horror, una de Steven Seagal. Como mal menor, una americana de policías cutres y delincuentes pandilleros. También están las de familia media americana con adopciones de por medio o las de juicios y protección de testigos. A veces incluso con todos estos ingredientes mezclados.

Mención especial merecen las temáticas por fechas, como las de Semana Santa, donde incansablemente, año tras año te tropezarás con “Los Diez Mandamientos”, Charlton Heston con su cara de palo y las clónicas de romanos con reloj digital y túnicas y sandalias inverosímiles. Entre las veraniegas podríamos incluir las de surf de adolescentes californianos descerebrados, pero éstas son más llevaderas porque se reparten más en el tiempo. Luego Halloween, qué horror, pero de verdad, quitando las cuatro de culto que hay por ahí. Y se llevan la palma, por supuesto, las Navidades, esas fechas tan especiales, que comienzan como todos sabemos en noviembre. Ahí sabes que nadie te librará de veinte mil películas infantiles de calidad ínfima en las que suele ocurrir algún milagro y todo el mundo se quiere mucho, de las de Papá Noé de grandes almacenes y las ñoñerías que suelen acompañarlos, ni de la enésima versión del cuento de Dickens de Mr. Scrooge y el fantasma de las navidades pasadas y sus petardos hermanos (conste que originariamente es un cuento que me hacía gracia). Es más, para tu desgracia, hasta en las series más normales, por arte de magia, es Navidad, porque los muy cabrones de la programación se han reservado esos episodios para torturarte aún más por estas fechas.

Éstas, las temáticas, son tan cansinas que consiguen en ti, a las décimas de segundo de haber captado de qué va el tema, un acto reflejo de búsqueda del mando a distancia que parece que te haya dado una descarga eléctrica.

No todo es tan horrible, por el contrario, a veces, descubres con incredulidad que esas letras y esa música que te has tropezado corresponden a “El marido de la peluquera” o “Delicatessen”, una de Scorsese, los Cohen, Wim Wenders, o una que deseabas ver hacía siglos y ni siquiera recordabas. No puedes creer tu suerte. Este momento, no siempre, suele coincidir con que te das cuenta de que no la puedes ver entera porque tenías otros planes. Si no tenías planes, lo más seguro es que la hayas visto tantas veces que no te merezca la pena. Pero el caso existe, sí, y es tan agradable cuando ocurre…

Luego están las que pasan minutos y no terminas de pillarla (¿es de suspense, de terror…?), las raras, que mantienen tu desconcierto hasta prácticamente el final porque no te la esperabas, o las de nacionalidad desconocida, que te tiras como diez minutos intentando ver la matrícula de un coche para tener al menos alguna referencia (“seguro que es australiana”, “qué va, si es irlandesa…”, “coño, ¡que es Liverpool!” ).

También están las que sabes que no van a ser buenas, pero te quedas esperando, esperando, a ver si pasa algo mejor, cuando en el fondo de ti sabes que eso no va a ocurrir, y acabas enganchada a una trama manida pero que no puedes dejar de ver, porque a esas alturas ya te has tragado más de media hora de película y para lo que hay en las otras cadenas te quedas con tu cutre-drama facilón que ya sabes de qué va.

Y una cosa que suele suceder mucho, por lo menos a mí, es que pillas la película recién empezada pero te has perdido el título, y la película promete, te vas enganchando y al final acabas encantada, pero nunca podrás contar a nadie la película que has visto porque no sabrás el título. Si ya te come la curiosidad hasta límites extremos podrás recurrir a internet y a consulta entre conocidos, sobre todo si no has dejado pasar mucho el tiempo, y hay suerte y alguno de los actores es conocido (a no ser que sea la enésima película independiente en la que participó Harvey Keitel, que nadie más que tú habrá visto), pero como la película sea, digamos sueca, y haya pasado más de una semana desde la emisión, olvídate para los restos. Puede ocurrir incluso que, años después, la gente esté hablando de una película maravillosa con título muy conocido y tú afirmes no haberla visto, pero sí, lo hiciste, sólo que no lo sabes.



Conjunción planetaria chunga

 

Post de emergencia : terremoto.


La vida transcurre plácida, tranquila, hasta que de pronto pega un acelerón, un descuadre, un desmán, una crisis.

EL DÍA QUE MENOS TE LO ESPERAS.

Ha llegado. Lo intuías, siempre lo supiste.

Tiemblan las bases, incertidumbre.

En un día y una noche, lo que fue verdad se convierte en espejismo.

 

Acontecimientos pasados te obligaron a grabarlo a fuego en tu corazón y, como un viejo tatuaje, llegaste a ignorarlo, a confundirlo con el paisaje, pero amanece el día en que te miras al espejo y lo ves, y sabes por qué está ahí. Que la vida no es controlable, que hoy vives y mañana no, que esto siempre fue así.

 

Llega, en una cadena imparable, como una fila de fichas de dominó que se bifurca, se te abren varios frentes. Dos, tres. Todos a la vez.

La memoria dimite, y tú quieta, impasible, mientras el mundo se derrumba a tu alrededor.

El amable efecto de los bombones sobre mi carácter

He terminado de cenar, un pescado que me ha salido de rechupete. Abejita ve “En honor de la verdad”, que no está mal, pero ya la he visto. Me aburro un poco.

A pesar de mi intención de no beber alcohol hasta Nochevieja (por adelgazar más que por otra cosa) me iba a poner una copichuela, sin que sirviera de precedente. En el camino he tropezado con unos bombones que nos regalaron y los he cambiado por la copa. Esto creo que demuestra que no soy alcohólica del todo, pero sí una ansiosa, golosa y horrible persona.

Con la boca llena, deshaciendo este delicioso manjar (mi ánimo va arriba, arriba…), me disponía a escribir un post que iba a tratar de los detenidos en Baleares por corrupción urbanística (¡yuju!, esto marcha), pero ya no me apetece.

También podría hablar de la huella ecológica, quería hacerlo desde hace días, pero... oh, tampoco me apetece. Es tarde para pensar en temas serios que acaban por enfadarme.

 

Así que prefiero hacerlo de algo más agradable y me he acordado de la preciosisísisima película “Días del Cielo ”(1978), de Terrence Malick,

porque me gusta la escena cuando la niña dice que de mayor quiere ser médico de la tierra.

 

A los amigos: gracias

A los nuevos:

A los bloggers (a los que estáis en mis enlaces y a los que no, -a los que no tenéis blog-, a los que conozco en persona y a los que no).

 

Y a los viejos:

En Zamora:

A Rut, que me va a leer más a partir de ahora. Menos mal que existes. Tú si que me comprendes. Lo haces tan fácil todo ...

En Colombia:

A Janeth, que me lee y no comenta, siete años siendo amigas sin habernos visto, aunque últimamente hablemos poco. (Si lees esto da señales de vida), (Gurb, ya que hablábamos de comunicación virtual, éste es mi caso más espectacular).

En Madrid:

A M. Porque me hace reír y me quita la depresión.

A Javi, que no sabe de mi blog. Por aguantarme, por tantísimos años. Por un hogar cuando estoy perdida.

En Málaga:

A Lou, aunque no me hable con ella, por las risas y complicidad que hubo.

A Minaya. Sin ti se me cae el chiringuito, no te vayas nunca.

A MariLuz, nunca tan pocos kilómetros fueron tantos abismos. Te quiero.

Y al Paquillo también, que no se diga. Por esa simpatía y buen humor. Por ser tan cariñoso y tan golfo.

 

A los que perdí en el camino:

Ana P., Eva (algún día volveremos), Belencilla, Miguel, Glori, Bern, Jacin, Sergio.

 

A los que siempre estarán en mi corazón:

Sandra, Nina, Luiz, Yumiko, Olga, Elena, las holandesas, Clint y Katelyn.

 

A los ex que también fueron amig@s.

 

A Abejita.

 

A todos os quiero regalar la canción que es muy especial para mí. Quizá no sea la más bonita, pero sí es la más importante. Porque era la que escuchaba cuando me di cuenta de que al final estamos solos, pero que el camino lo hacemos acompañados.

A mis amigos, mis pies en la tierra, mis alas cuando lo necesito:

Afro Celt Sound System: Nil Cead Againn Dul Abhaile / We Cannot Go Home

 

un poema

Gaita galaica, de Rubén Darío:

 

Gaita galaica, sabes cantar
lo que profundo y dulce nos es.
Dices de amor, y dices después
de un amargor como el de la mar.
Canta. Es el tiempo. Haremos danzar
al fino verso rítmicos pies.
Ya nos lo dijo el Eclesiastés:
tiempo hay de todo: hay tiempo de amar,
tiempo de ganar, tiempo de perder,
tiempo de plantar, tiempo de coger,
tiempo de llorar, tiempo de reír,
tiempo de rasgar, tiempo de coser,
tiempo de esparcir y de recoger,
tiempo de nacer, tiempo de morir.

 

 

blogs y realidad

No olvido la crónica prometida sobre el viaje a Londres, pero hoy estoy cansadísima como para escribir tanto. Perdimos el avión (sí, Brixta, sí, creo que voy a colgar en mi salón un cartel que ponga “Responsabilidad” porque no tenemos remedio ninguno), he pasado todo el día en Gatwick y estoy hecha polvo.

 

Sólo unas reflexiones hasta mañana:

 

Al conocer a Brixta y haber tenido algún que otro contacto con otros blogueros me doy cuenta de cómo se pasa del anonimato, de algo que puede pasar por banal o superficial como son los blogs, a la más pura realidad.

(De cómo dios los cría y ellos se juntan, o que muchas veces puedes tener más en común con alguien que conoces por cuatro posts que con la gente que forma parte de tu vida real).

 

Ese ente abstracto, esa hiperrealidad que constituyen los blogs se torna fácilmente en espacio visible, cuerpo palpable, y eso en el fondo todos sabemos que puede ocurrir, quizá por eso tienen ese algo que engancha. Y los blogs nos importan, más de lo que a veces creo que nos atrevemos a reconocer, los blogs y la gente que intuimos que puede estar detrás.

 

Es algo asombroso.

 

 

Fuegos

 


 

Si Marguerite (la Yourcenar, 1903-1987) viviera hubiera sido una gran bloggera, estoy segura de ello.

Le hubieran encantado los blogs.

Siempre fue una adelantada a su tiempo, aunque escribiera como en el siglo XIX. Era una gran ecologista, y reclamaba a Dylan como gran poeta cuando los demás lo consideraban un hippie zarrapastroso.

Lo que más admiro de ella es que aprendió japonés pasados los setenta años para poder traducir a Mishima. Yo quiero así ser de mayor, tener esa ilusión, esas ganas de comerte el mundo, de viajar hasta el último rincón de Kenia arrastrando tu artritis.

Su libro “Fuegos”, aparte de los relatos, por los párrafos sueltos entre uno y otro, podría ser una compilación de posts. Uno cortito:

“Amar con los ojos cerrados es amar como un ciego. Amar con los ojos abiertos tal vez sea amar como un loco: es aceptarlo todo apasionadamente. Yo te amo como una loca.” *

 

*A., que lo sepas.

 

David Bowie - Absolute Beginers

El de Antequera


Era amigo de mi ex, que tocaba en grupo y, normal, conocía a muchos músicos. El de Antequera andaba metido en las drogas, como tantos de su círculo. Negocios arruinados, parejas jodidas…

Éste estaba muy mal. Hace tiempo que no sé de él. No recuerdo su nombre, pero esta canción, de una maqueta, se quedó entre mis pertenencias y a veces sale a relucir, trayéndome sentimientos y recuerdos que no termino de manejar.

Su canción

 

 

 

Una mirada atrás

Un post de anita me ha puesto melancólica y ha hecho que recuerde:

Esta canción sonaba por aquellos entonces:

Richard Ashcroft -song for the lovers

"Me voy. Apenas lo notarás. No deseo que lo notes.

Me voy. A buscar nuevos mares en los que bucear, nuevos tesoros que admirar.

Pero nunca olvidaré que un día tropecé con aquél, ¿el mejor? no lo sé... el que me deslumbró con sus colores brillantes, el que desveló mis noches intentando averiguar la forma de adentrarme en sus secretos, sus recovecos y sus sorpresas.

Me despido. No supe la respuesta a la adivinanza que da la clave de la entrada. Ya lo sé, sé que era muy fácil, muy obvia, pero yo no era la elegida del cuento. Era demasiado tarde, demasiado pronto quizá, pero nunca el momento. Me voy, a recorrer nuevos países, a que me cieguen otras luces, me quemen otras pasiones. Me voy, con la mirada melancólica sobre el brillo de tu piel, con la dulzura de tus ojos grabada para siempre sobre mi retina, y con la amargura de no poder regalarte mis palabras, pero con el agradecimiento de haberlas escrito por ti.

Gracias. Por dejar asomarme. Me encantó tu paisaje, poderoso, selvático, belleza atroz. Me sentí invadida por la vida, por la que todo lo puede y todo lo quita. Me sentí viva, da igual que fuese un solo instante o fuesen dos. Fue suficiente.

Quiero recuperar en mi mente tu imagen, la que retuve ese momento en que estabas despistada y no sabías que te miraba, paralizarla y poder disfrutarla eternamente, como si fueses tú la que me diese permiso para contemplarte."

Diana

Como le comentaba a Brixta en el post anterior nosotros también vivíamos en el campo y teníamos camadas de perros, pastores alemanes, prácticamente cada año. En una ocasión nos dijeron a mi hermana, a mis primas y a mí que nos podíamos quedar cada una con un perro.

A la mía la llamé Diana. Como iba a ser sólo mía me volqué con ella. De pequeña la llevaba siempre en la canasta de mi bicicleta (rosa, sí). Con sólo seis meses sabía hacer de todo, desde lo típico de la patita, echarse y sentarse hasta truquillos de traer cosas y dar vueltas. Era inteligentísima, una maravilla. Sabía cuando yo estaba triste, teníamos una compenetración fuera de lo normal. En mi casa nunca le enseñamos a los perros a atacar, pero recuerdo que fue increíble lo que pasó una vez. Íbamos de paseo Diana y yo, a pie a esa vez, y vi otro perrillo pequeño muy a lo lejos, ni idea de dónde había salido. Se me ocurrió la genial idea de decirle (la primera vez que salían esas palabras de mi boca): “¡Diana, ataca!” y cogió Diana y echó a correr campo a través a por él, como alma que lleva el diablo. Y yo, asustada, alucinando: “¡Diana, no, no, para, ven!”. Se paró y me miró. Yo creo que pensó: “eres tonta”, y volvió, con le corazón que se le iba a salir y yo igual. Había sido sólo por el tono de voz, me había entendido, eso os da una idea de lo compenetradas que estábamos.

Pues un día, tendría ella seis meses, yo unos once años, desapareció. En mi casa, casi siempre que moría un animal decían que se había perdido para no darnos un disgusto a los niños (qué tontería, pienso ahora). Yo a esa edad ya me había dado cuenta de la estrategia, por eso pregunté insistentemente si se había muerto, pero mi madre me juró que no. Entonces la empecé a buscar, a preguntar a todo el mundo. No lo podía entender, ella no se perdía… Durante un tiempo dediqué varias horas al día a dar vueltas con la bicicleta a buscarla. Llegué a ir tan lejos como nunca antes había estado, pero nada. La llamaba y la llamaba, y nada.

Se me acabó pasando, pero nunca más quise encariñarme tanto con un perro. Sí, los quería a todos, pero por encima.

 

Pasó el tiempo, yo ya iba a la universidad y tenía coche. Un fin de semana fui de visita a mi casa y conducía sola, por gusto, cerca del río, descubriendo rincones que desconocía. Llegué hasta el mismo margen del río y me bajé para verlo mejor.

Entonces escuché unos gemidos y unos ladridos cortos, de perro. Algo se despertó dentro de mí, busqué y a lo lejos vi un perro que saltaba sujeto a una tensa cuerda larga… ¡era ella! No cabía duda, su carita pequeña, sus ojillos negros… y yo “¡Diana, Diana!” y ella que daba saltos. Vaya que si me reconoció… No puedo evitar emocionarme al recordarlo. La abracé, lloré… De pronto noté que hacía unos extraños, a pesar de todo el tiempo que había pasado me di cuenta de que lo que hacía no era normal, me quería decir algo… La dejé hacer. Me llevó hasta una caseta junto al invernadero derruido al que estaba atada, y me lo enseñó: tenía un perrito, uno solo, negro y ciego.

 

Me fui a mi casa, dispuesta a pedirle explicaciones a mi madre. Resulta que mi tío se la había regalado al dueño de un invernadero de claveles que había junto al río. No se había muerto, pero tampoco me dijeron la verdad. Le dije que quería recuperar a la perra y me dijo que no podía quedármela, que la perra era de ese hombre y que yo estaba en la universidad y tampoco podía cuidarla, que ella no estaba acostumbrada a estar en un piso.

Me resigné temporalmente mientras pensaba en una solución.

 

La siguiente vez que fui a mi casa lo primero que hice fue ir al invernadero. Diana no estaba. Busqué al dueño. Diana había muerto, porque como estaba atada, el río se había desbordado y había muerto ahogada.

Nunca los perdonaré: a los demás por razones obvias, a mi madre por haberme mentido y por haberme dejado buscarla tanto (ella dice que prefería eso a que me peleara con mi tío –total para nada, con el tiempo acabé enfadándome con él por otros motivos-).

Hijos de puta todos.

Andar descalza

Yo era de esos niños que juegan descalzos en el campo. Mi madre insistía en que me pusiera los zapatos, pero casi siempre lograba escabullirme.

Recuerdo que tenía memorizados los caminos, porque entrando el verano los cardos se ponen resecos y pueden hacer bastante daño al pisarlos. Lo pienso y ahora no podría hacer las mismas cosas, supongo que a todos nos pasa lo mismo con ejercicios de nuestra niñez. Me retaba a mí misma, caminos más difíciles, a toda carrera, una combinación de memoria y agilidad física. El placer de llegar... El placer de pisar una roca tibia al atardecer, y el apretar los dientes al hacerlo sobre una demasiado caliente en verano.

Por agosto o así, yo misma acababa poniéndome zapatos, porque la cosa se ponía imposible con tanto pincho y tanto calor.  

Total, que casi siempre andaba descalza por ahí. 

Un día, yo tendría unos ocho años, sucedió algo horrible:  

Era verano, por la mañana, pero tarde ya. Fui la primera en despertarme y, como otras veces, lo primero que hice fue dirigirme, descalza, a la puerta principal (tiempos estupendos en los que la puerta se tiraba abierta todo el día). Tras abrirla di un paso hacia delante.

Había un sol potente que al principio me deslumbró, por lo que percibí lo anómalo antes por el tacto que por la vista. Sentí humedad bajo mis pies. Miré hacia abajo, extrañada, y lo que descubrí me horrorizó. Estaba de pie sobre un inmenso charco de sangre. Viscosa, tibia y oscura. Miré alrededor y me desconcerté aún más: trozos de carne y pelos dispersos por todo el porche, múltiples salpicaduras en la pared blanca, grandes cantidades de sangre que hacían presagiar que algo fuera de lo normal y terrible había sucedido. Y ese olor penetrante… Me quedé petrificada, mirando a todos lados, buscando el origen de semejante desastre. Parecía deliberado, y lo era.  

Lo comprendí en pocos segundos, menos mal, porque aquello era fácil que despertara en la imaginación los peores horrores. Me calmé, aunque en seguida supuse que tendríamos que desprendernos de ese perro o tenerlo atado o muy vigilado, porque aquello no podía ser.  

Unos días antes habíamos adoptado a un perro que el dueño, un camionero, había abandonado o perdido. Era un doberman marrón, precioso y simpatiquísimo, al que llamamos Rocco. Era muy inteligente y rápidamente asimiló que su nuevo nombre era ése y acudía cuando se lo llamaba. Venía como para complacernos, pero en realidad hacía lo que daba la gana. Tenía dos defectillos de educación el perro: tendía a subirse a todo coche que veía abierto y perseguía a los gatos. 

Lo de los gatos ya lo habíamos notado y le habíamos regañado, pero como hacía lo que le daba la gana, se ve que esa noche había querido traernos unos cuantos “trofeos”. Había matado a todos los gatos de los alrededores que había pillado, los había traído a nuestra puerta y los había descuartizado allí. 

No sabíamos bien qué hacer con el perro. A pesar de todo no me caía mal. Lo tuvimos una temporada, al fin y al cabo ya se había cargado a los gatos. Un buen día se subió a un coche y desapareció como había venido.