Taxi
Llego al aeropuerto de Barajas, muerta tras mi periplo americano, cargada de maletones (di sobrepeso, y no hablo del mío, sino del de la maleta, que sobrepasaba en diez libras (?) el peso autorizado, por lo que tuve que comprarme otra, una bonita y enooorme bolsa de plástico duro que a duras penas conseguía arrastrar).
Llego, cargada, y me voy a la cola de los taxis. Hay un cierto barullo al que no presto demasiada atención porque vengo cansada y desorientada, pero al final la realidad se acaba imponiendo y descubro la razón del desconcierto generalizado: hay huelga de taxis. Je. Jeeeeeeeeeee.
Lo que no me pase a mí… Pienso en el metro y me da un desmayo, subiendo y bajando escaleras yo y mi sobrepeso (los dos).
- ¿Cómo que huelga?, pregunto, adelantándome a todos y olvidando mis maletas.
- Sí, no van al centro, me dice alguien.
- ¡No vamos al centro!, confirma un taxista. Lo empiezo a captar.
- ¡Qué desvergüenza!, grita una señora en abrigo de pieles.
- ¡Cállese, señora!, le espeta otro taxista
- ¡A mí no me manda usted callar…!
La chica encargada de organizar la cola se intenta escaquear.
-¡Y usted ponga orden!, le ordena un señor encorbatado. La chica hace amago de dirigirse a la cola, pero a medio camino se da la vuelta y se va.
-¡Que ponga orden, que es su obligación!
La chica pasa, no la culpo, yo también lo haría.
- ¡Que ponga orden!
Diooooossss, pienso. Me acerco suavemente a un taxista:
- ¿Y por qué hay huelga? Mi voz ha cambiado de tono, el instinto de supervivencia se apodera de mí y automática intento la estrategia de la solidaridad con los compañeros taxistas.
- Anoche mataron a un taxista y hay huelga hasta las doce, me cuenta un taxista.
- ¡Qué barbaridad!, exclamo indignada.
- No vamos a Atocha, ni a Cibeles, ni a la Gran Vía, porque eso está lleno de piquetes, y tiran ladrillos a todo el que se acerque por allí.
- ¿A dónde va usted?, pregunta otro taxista a un señor encorbatado que también hace cola.
- A Tres Cantos, responde el señor, con tres grandes maletas negras.
- Súbase.
- ¿Y usted?
- A Alcorcón, dice una señora sabiéndoselas consigo.
- ¿Usted? Me pregunta Mi Taxista. Trago saliva.
- A Lavapiés. Me sale un hilillo de voz.
- Uuuy, no. Porque encima el que lo ha matado es negro y seguro que andan por ahí buscando negros.
- Pero a Lavapiés, ¿dónde? Un rayo de esperanza asoma en el horizonte.
- A la plaza.
- No, no puede ser. ¿Pero a la misma plaza?
- Sí. Miento, pero como me ponga a especificar pierdo el turno, y la plaza es buen sitio porque varias calles dan ahí.
- ¿A la misma misma plaza? Coño, que sí, pues ¿no te lo acabo de decir? Sé que de la respuesta del hombre depende que el resto del día se convierta en un infierno para mí o por fin llegar a casa.
- Sí.
- Bueno, a ver… Y me empieza a contar como cinco recorridos alternativos que podría hacer. Yo pongo cara del mayor interés posible, asintiendo cuando necesario y faltándome arrodillarme a sus pies.
- Vamos a hacer una cosa: yo quito el taxímetro, te subes delante y si nos preguntan tú eres mi hermana.
- ¡De acuerdo!
Volé hacia el asiento delantero.
Miro a los guiris de la cola, los que seguramente no hablan español, y me dan pena. Van a morir, pero esto es el sálvese quien pueda.
Luego, el taxista (que no era de los de la COPE, puntuación en caerme bien de un 6) me cuenta que está de acuerdo con la huelga, pero que no se debería hacer con la gente que llega al aeropuerto, que no se lo podía dejar sin servicio, y que debería entrar en unos servicios mínimos que no se estaban cumpliendo. No podía estar más de acuerdo. …porque la gente de la ciudad que tome el metro, pero para la gente que llega con maletas, como usted, es una putada… Sí, sí, y me tragué la historia de cuando lo atracó un rumano con un cuchillo de medio metro.
En mi línea de baúl de la Piquer, me encontraba esta noche en un taxi de Algeciras, que sintonizaba, cómo no, La Cadena (me refiero a la COPE, inexplicablemente favorita de muchos taxistas, por el también inexplicable fenómeno de la mayoría de fachas en el gremio –dato que sigo constatando con el tiempo y las nuevas experiencias-).
Atemorizada, esperaba en cualquier momento la frase que me hiciera retorcerme en mi asiento. No hicieron falta comentarios, las noticias, que se explicaban por sí solas, consiguieron el efecto:
- Un barcelonés le pega una paliza a una colombiana de diecisiete años por el mero hecho de ser inmigrante
- Fuegos en California
- Rajoy…
si “no es posible decir el tiempo que iba a hacer dentro de tres días, cómo alguien es capaz de predecir lo que va a pasar en el mundo dentro de 300 años?".
¿Ein? ¿Alguien le puede explicar a este hombre que no es lo mismo el clima que el tiempo que va a hacer mañana (también llamado previsiones meteorológicas)?
Y luego continúa, con toda su desfachatez: "Yo no lo sé, es un asunto sobre el que hay que estar muy atentos, pero no lo podemos convertir en el gran problema mundial".
Ay, ay, casi me da. Si no ése el gran problema mundial, ¿cuál es?, pedazo de…
Qué atrevida es la ignorancia. Luego dijo cosas como que es más importante lo “relativo al sector energético o las emisiones contaminantes”, pero si TODO está relacionado. Este tío no se ha enterado de nada.
Me gustaría que viviera muchos años (fuera de la política, eso sí), y que algún día alguien le enseñara esa grabación, y que se le cayese la cara de vergüenza.
No es por nada, pero veo en esas palabras tres posibles explicaciones:
a) Es un paleto.
c) Exxon le está pagando.