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weblog de Iwi

Diario

SF, aquí seguimos

Sigo con mis pequeñas crónicas, a la espera de nuevos tiempos, y tan feliz:

 


 

Hoy está haciendo un poco más de frío. Y ha sido el único día que salí sin chaqueta (cansada de cargarla todos los días), por lo que he tenido que comprarme una. Tengo que decir que las tiendas de segunda mano (casi todas en Haight, el barrio donde comenzaron los hippies y ahora venido a menos) son muy caras, tienen los precios como si fuera ropa nueva, y no es muy bonita, no como en U.K., que por 3, 5 o 10 libras te apañas algo medio decente. Al final, para gastarme veinte euros en una horterada de hace cinco temporadas me he comprado la típica sudadera que pone San Francisco, que es tan calentita y agradable que presiento me va a acompañar gran parte del invierno.
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Ya he estado de museos. Tocaba. El SFMOMA , Museo de Arte Moderno, tiene poca cosa (quizá comparado con lo que estamos acostumbrados a ver en los grandes museos europeos), unos pocos cuadros muy representativos y relleno. Se hace una visita muy ligera. Eso sí, había una exposición temporal de Olafur Eliasson , artista danés cuya obra yo desconocía y me ha gustado mucho. Trabaja con formas geométricas y materiales sacados de la naturaleza (hielo, musgo, roca volcánica), y consigue resultados sorprendentes. Es muy “interactivo”.
Su obra estrella se llama “Your mobile expectations: BMW H2R project, 2007” , o “The Car”, como la conoce todo el mundo. Explico: tú llegas allí y ves una fila de mantas grises colgadas de una pared gris, sobre suelo gris. Tienes que coger una manta, echártela por encima y esperar una pequeña cola. Cuando se forma un grupo de unas diez personas una chica muy mona y simpática abre una puerta que da a una cámara frigorífica enorme. Dentro está la escultura, porque resulta que está construida en hielo y necesita permanecer a muy bajas temperaturas. Es el coche de hidrógeno de BMW cubierto de hielo en unas formas sorprendentes. Es chulo. Si alguien tiene oportunidad de verlo alguna vez lo recomiendo. En la foto no se aprecia nada lo interesante que es.

 


 

The Legion of Honor es un museo más serio en el que destaca mucha obra de Rodin y unos Monets importantes. Y éste no se recorre en media hora.

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Es diferente a España el punto de evolución en la integración de las diferentes culturas. En España los negros, norteafricanos y sudamericanos que se ven por la calle, salvo excepciones, suelen ser de clase social baja o media baja. Aquí hay de todo de todas las clases sociales. Y mucho de todo. Me llama la atención la gran cantidad de japoneses que se ven, y no turistas, como estamos acostumbrados en España, sino que viven aquí o han venido por trabajo. Los restaurantes japoneses suelen estar llenos de… japoneses. Pobres, ricos, pijos, modernos, marujis, de todo, de todo. Y otras veces ves gente de países que no tienes ni idea cuáles son.

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El otro día me compré una pulsera en un puesto de la calle a mitad de precio, y no más barata porque no quise, porque me daba pena el hombre. Hicimos el regateo casi al contrario, él me la quería dejar más barata y yo le quería pagar el precio que me pidió inicialmente. Era palestino musulmán y chavista, y yo pensaba que bastante desgracia era ésa ya en los EEUU. Su familia se había exiliado a Venezuela, por lo que hablaba bien español, y me despidió al grito de ¡Viva Zapatero! En esta ciudad hay de todo.
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Sigo comiendo bien, no, muy bien. No me extrañaría nada que esta ciudad fuera la de mayor número de restaurantes por habitantes. Es increíble, y con tan buena calidad en general. Supongo que la gente se ha acostumbrado a comer fuera, porque tampoco es tan caro (en Madrid sería impensable comer fuera habitualmente para una economía media), y tienen que ser baratos porque hay mucha competencia, es un círculo vicioso y perfecto. También se lleva mucho la cultura del vino, más que la cerveza si me apuráis. Hay winebars por doquier, y numerosas tiendas de venta de vino y todos sus accesorios.
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Me ha sorprendido mucho que aquí hay bastante interés por el tema medioambiental, creo que más que en España, aunque sea difícil establecer esa comparativa, pero creo que sí, se menciona mucho en las noticias y, por ejemplo, en la cafetería del museo “se sentían orgullosos de comprar local”, cosa que no se me pasa por la cabeza ver en la cafetería de, digamos, el Reina Sofía. Aparte, supongo que San Francisco debe ser una ciudad puntera en este aspecto, por su tradición política. Mucho de su transporte público es cero emisiones y se ve reciclaje por las calles.
En California tienen problemas con el agua (como en España, al fin y el cabo el clima en ambas regiones es muy parecido) y están tomando soluciones como el reciclaje del agua usada, que embotellan tras seguir un proceso de purificación. Se veía al alcade de no sé pueblo californiano bebiendo esa agua. Da reparillo, la verdad, pero al final creo que todos tendremos que pasar por ahí.

SF, cont.

Editado: ¡¡más fotos!!

 

Aquí seguimos. Nos está haciendo un tiempo fantástico, sólo chispeó un poco el sábado por la mañana, pero el resto soleado y muy agradable, de llevar manga corta, como mucho una chaquetilla por la noche.

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Continúa nuestro particular festival gastronómico.
Hay un detalle que me gusta de las costumbres de San Francisco y es que en todos los restaurantes, nada más sentarte, te ponen un vaso grande de agua con hielo, de tal manera que si no quieres otro tipo de bebida con eso haces la comida (te ponen más agua si quieres). En algunos sitios la sirven con unas gotas de limón.
Todavía flipo con lo baratos que están aquí los precios de la comida: una hamburguesa grande por 1,75$ (grande es grande de la hostia, -al cambio 1,25 euros-), 2,25$ con bebida, en pleno centro financiero. Por eso no comes en España ni de coña. Claro que no es que esté barato aquí, es lo caro que está en España.
Hay un japonés divino aquí al lado, cuesta entre 5 y 10 dólares el plato (10 dólares sólo vale el plato más caro, el sashimi de atún), e incluye la sopa miso (deliciosa) y arroz. Total, que comes muy sano por unos 5 euros.
También estuve en un mexicano, Chevy's Mexican Restaurant (201 3rd St/Howard) donde ponían unos platos tremendos, enormes, y un postre de piña caramelizada que es de los mejores que he probado en mi vida (empalagoso un rato, pero a mí me gustan así).
Y si alguien viene alguna vez, recomiendo fervorosamente los desayunos en “Mels drive-in” (Mission St. a la altura del SFMOMA). De todos los locales en que he estado es de los más caros, desayunos por unos 6-8-10 $. Pero… ¡qué desayunos! Te quedas comido para todo el día. Su plato estrella, que fue el que yo me pedí, es la tostada francesa muy thick (te ponen tres, con jarabe de arce). Los desayunos suelen ser de salchichas, patatas asadas, huevos en todas sus variantes, bacon… pero, atención, nada está excesivamente graso. Es un local siempre abarrotado, típico americano, con su jukebox, música country, y sillas y bancos acolchados de escai. Me encanta un detalle: según te acabas el café viene un camarero y si quieres te rellena.

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Cuando comimos en el mexicano en realidad íbamos al museo, pero acabamos en Castro/Mission (el barrio gay), adelantando nuestra visita. La cabra tira al monte.
Me quedé impresionada, el barrio gay es diez veces Chueca. Tardamos horas en patearlo. Tiene una zona muy Lavapiés, con sus fruterías y cutretiendas, pero otras que no tienen nada que ver. Dolores Park (zona preferida por las lesbianas) es una maravilla, un parque de colinitas verdes, gente tumbada al sol, perros tras sus palos y gente jugando al tenis en vaqueros. Allí está la Misión de San Francisco de Asís, también llamada Misión Dolores, el primer edificio que se construyó en la ciudad. La calle 18 es una cucada, y la zona dura de Castro St., el meollo de los meollos, impactante, todo tan lleno de banderitas multicolores que parece aquello la feria. Las casas son bonitas, cada una de su color, generalmente de dos plantas y con ventanas victorianas, y el ambiente en general muy agradable.

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Hemos tenido suerte en una cosa: ha coincidido que estábamos aquí con el Moon Festival , el Festival de la Luna de Otoño, que se celebra anualmente en Chinatown.


Me he comprado una cámara, cual turista desenfrenada; no me he podido aguantar. No he sacado ninguna maravilla de foto, todavía me estoy haciendo a la cámara (por supuesto no me he leído las instrucciones), pero he subido algunas muestras a mi página de Flickr .



(sé que está movida...)

 

Tengo que decir que Chinatown está caro en comparación con las tiendas import-export de chinos que abundan en Lavapiés. Aunque tienen un surtido mucho mayor, tampoco son la gran maravilla. Ha sido una pequeña decepción. Encima, me he pateado todas las tiendas buscando una bata china que me gustara y no ha habido manera de encontrar ninguna. Pero me lo he pasado divinamente paseando por las calles llenas de puestecillos, comiendo dim sum, que son tapas pero en chino, y bebiendo cerveza china (ya se me ha olvidado el nombre). También hemos comprado “mooncakes”, que son pastelillos que sólo se comen estos días del año.


Hay de varios sabores y están buenos, los venden en los puestos de la calle (ofrecen muestras para probar a todo el que se acerque) y en las pastelerías, que los fabrican especialmente para estas fechas.
Me ha gustado que el festival no era un espectáculo para turistas, sino una celebración propia que disfrutaban y a la que se notaba daban importancia, y de hecho la gran mayoría de los asistentes eran chinos y la lengua que se hablaba por aplastante mayoría era el chino. Es curioso como, siendo muchos de segunda y tercera generación de inmigrantes, conservan la lengua y muchas de las costumbres.

 

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Lo peor de San Francisco es la cantidad de gente sin hogar que hay, una exageración, en serio, y repartidos por toda la ciudad, al menos hasta donde he podido ver, que ya viene siendo bastante. La Plaza de Naciones Unidas es un cuadro, da pena. Alguien me comentó que era porque los servicios sociales de San Francisco proporcionan comida y techo a todos ellos, y que por eso vienen desde otras ciudades. Yo no sé por qué será, pero es deprimente, en cada esquina, en cada semáforo, encontrarte con uno de ellos. Encima, la mayoría se nota que tienen minusvalías físicas o enfermedades degenerativas, que es gente que debería tener una pensión, y no estar tirados en la calle. Suelen ser negros, aunque hay de todo.

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Otra cosa que me ha sorprendido de San Francisco, no sé si se podrá generalizar al resto del país, supongo que sí, es el sonido de las sirenas de ambulancias, bomberos y policía. Es muy diferente a las europeas, no sé a qué frecuencia estarán, pero parecen un ser vivo, como si estuvieran matando a alguien o despellejando a un gato. Si las hicieron para llamar la atención desde luego lo consiguieron. Qué desagradable.

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La verdad es que San Francisco no es una ciudad muy grande (sí la Bay Area), unos 700.000 habitantes, y te la puedes recorrer, incluso andando, en unas pocas horas, de norte a sur o de este a oeste. Es una especie de Cádiz a lo grande, está rodeada por el mar por tres lados, por lo que tampoco puede crecer más. Tiene barrios con mucha personalidad, muy distintivos, pero a la vez manejables, y lo mejor es que el transporte público es barato y eficaz. Hay una cosa que me da pena, queda poco tiempo para contemplar el skyline (u horizonte) actual de la ciudad, está prevista en los próximos años la construcción de algunos rascacielos enormes, uno de ellos, por ejemplo, de más del doble de altura que el más alto de la actualidad, la Transamerica Pyramid.
Es un plan muy muy bestia . Tanto edificio nuevo supone más habitantes, los servicios más explotados, y yo no sé si esta gente se lo ha pensado bien, pero creo que eso podría hacer peligrar la alta calidad de vida que ahora mismo se disfruta en San Francisco.

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Tengo que reconocer una cosa muy horrible: anoche vi en la tele la primera entrega de Kid Nation, un polémico programa del estilo de Gran Hermano, pero realizado con niños. Para rodarlo se tuvieron que ir al único estado donde había una laguna legal que permitía cierto trabajo de los menores, simulando un campamento de verano.
Me pudo la curiosidad, y por poder criticarlo luego (y contároslo, claro).
Consiste en cuarenta niños, entre ocho y quince años, dejados de la mano de dios en un pueblo fantasma (unos decorados cutres en medio del desierto). Los niños tienen sus líderes y se tienen que organizar para conseguir agua, cocinar, limpiar… Horrible. Unos llantos, un “me quiero ir a mi casa”…, los mayores amenazando a los pequeños, la organización de la comida lamentable, comiendo guarrerías (simulacros de puré de patatas o pasta con una pinta asquerosa). Imaginaos una sola letrina para cuarenta niños, y nadie que la limpie. Al segundo día ya había niños, los más sensibles, que se iban “al campo”. Tenían que dormir en colchonetas en el suelo, todo muy poco higiénico. A ver, tampoco son niños cosiendo zapatillas Nike, pero hay algo que no cuadra, algo que crea intranquilidad.
Se nota que han metido niños con un nivel de inteligencia muy superior al normal, que no lo llevaban del todo mal. El programa se hace interesante por las opiniones de los niños y cómo interactúan entre ellos, pero es para darle una paliza a los padres. Me encantaría saber, dentro de cuatro o cinco años, lo que opinan esos niños de lo que hicieron sus padres con ellos.

SF, primeras impresiones

Tengo internet, y va como el rayo, lo que apenas tengo es tiempo, pero os cuento:

Lo primero que hicimos, nada más llegar, fue subir al tranvía.
Acabamos en Fisherman´s Wharf, la zona del puerto viejo, ahora muy comercial, una toma de contacto quizá en exceso turística pero adecuada, para hacer boca.

Con el City Pass (que cuesta 54$ y merece totalmente la pena) tienes transporte público durante una semana, además de algunas atracciones de la ciudad, como museos y una visita al Acuarium, el cual, ya que estábamos allí, aprovechamos para ver. No es gran cosa, pero está bien porque no se hace pesado, y no tiene espectáculos horrorosos; por ejemplo, los leones marinos están en libertad. Eso sí, toqué un tiburón (hay que hacerlo en el lomo, entre las dos aletas) y una raya.

En el Pier 39 hay unas tiendecitas de lo más. Me encantó una de adornos de Halloween, como nuestros belenes navideños pero de tumbitas, calabazas y demás parafernalia. También me llamaron la atención una de cajas de música y otra de motivos marinos.

La comida típica de aquí es el clam chowder, una sopa sobre un pan francés redondo (sourdough) abierto por arriba. Está delicioso, pienso repetir.

Otro producto típico es el chocolate Ghirardelli. En el Starbucks del puerto (estarán globalizados, pero los zorros saben cuándo no hacerlo) sirven como especialidad crepes, una de cuyas variedades consiste en una tableta entera de chocolate Ghirardelli fundida encima. No comments.
Cenamos un centollo con vino blanco en un restaurante que hay en la planta de arriba del muelle, con enormes ventanales que dan al Golden Gate. Eso es vida.
El vino de California es barato (de precio) y de excelente calidad, yo creo que si tenía tan mala impresión de él es porque probablemente el que nos llega a Europa no sea muy bueno, o yo no hubiera probado una muestra lo suficientemente amplia, pero a partir de ahora todos mis respetos.
Bueno, llevo poco tiempo aquí y mi experiencia es sobre todo culinaria. Me dijeron que los mejores de la ciudad eran los restaurantes asiáticos, sobre todo los tailandeses y vietnamitas, y me dio agonía por el picante, todo para mí, por lo que tengo el estómago echado abajo, y eso que suele ser a prueba de bombas. A ver cómo continúa la cosa.
Y muchos donuts, tartas, helados, caramelos raros…

La bahía y el Golden Gate son una pasada, como imagináis y hemos visto en mil películas. Creo que fue en el documental “El celuloide oculto” donde se hace una referencia a alguien que dijo que las películas sí eran verdad, porque cuando la gente volvía después de su primera visita a EEUU siempre decía “es como en las películas”. Pues eso, sí, casi.

Las calles son muy humanas y, a pesar de las cuestas, invitan a pasear (menos mal que estoy andando –y mucho-, si no no sé qué sería de mi bella y esbelta figura, y aún así, no sé cómo acabará la cosa).
Los edificios son bastante bonitos, y el ambiente en ocasiones me recuerda al de Notting Hill, por poner un referente europeo.
Es una ciudad muy cosmopolita, pero sobre todo europea, al estilo de Inglaterra, Bélgica o Ámsterdam, aunque original por las calles en cuesta. Por los tranvías en cuesta le encuentro similitud con Lisboa, también por el mar al fondo, y a ratos recuerda a Barcelona, pero es más anglosajona.
El toque americano se lo dan los cochazos que de vez en cuando te cruzas, además de detalles como la manera de vestir de la gente, más informal que en Europa en general (lo que me parece estupendo).

La gente me resulta amable, más que la media de ciudades que he visitado (o al menos ésa es mi primera impresión), y uno rápidamente se hace al terreno.
Hay turistas como en todas partes, pero no son tan agobiantes como en España (claro, eso es difícil). Además el tipo de turista me parece que es fundamentalmente interno y, entre eso y que es una ciudad muy cosmopolita, apenas se distinguen de los habituales.

La globalización hace estragos, cada vez más, y la mitad de las cosas que venden en las tiendas de aquí también las encuentras en los chinos de Lavapiés o en las tiendas de ropa de la Gran Vía (nada más salir a la calle me encontré con una chica que llevaba mi misma chaquetilla negra que compré en el H&M de Madrid, se me quedó mirando con cara de mala hostia, mientras que a mí me hizo mucha gracia la coincidencia, aunque cuando pensé que a ella le había costado más barata y que si yo me hubiera esperado unos días también me hubiera salido así, me cambió la sonrisa), pero todavía, rebuscando un poco, se encuentran diferencias interesantes.

¿Lo mejor? El dólar en su vida ha estado más débil frente al euro que en estos momentos, lo que hace que casi todo, al cambio, esté bastante barato. Un café te sale más barato que en Madrid y comer ni te cuento. Aquí se come bien por diez euros por persona (y cuando digo bien me refiero a muy bien, que estoy tirando por lo alto).
La ropa también está muy barata, y los zapatos, y todo lo tecnológico. Esto va a acabar siendo mi perdición, lo sé.

En definitiva, esta ciudad es una pasada, voy a estar un tiempo respetable y me da la sensación de que me va a faltar, pero pienso aprovecharlo lo más que pueda, visitar cada rincón y disfrutar de cada momento. Hasta ahora está saliendo todo redondo, espero que siga así.

En el avión me hice muy amiga de una chica española muy simpática que trabaja en Berkeley, con la que hemos vuelto a quedar, y mi compañero de piso vivió en esta ciudad no hace mucho y me ha dado una lista de lugares y consejos interminable, pero si alguien tiene alguna recomendación, en especial gastronómica, será bienvenida.

Hablando de otra cosa, y de lo mismo, aquí la primera noticia en todos los medios es lo que está pasando en Jena y las manifestaciones en contra del racismo, no sé qué se habrá oído en España de esto.
También hay debate con la sanidad pública, lamentable, me da pereza reproducir las barbaridades que sueltan algunos. Y Schwarzenegger es un zorro, cuando le conviene le da la razón a Bush y cuando no barre para sus votos, da miedo ese tío, tiene bastante poder.

Viendo la tele me he quedado flipada con los anuncios relacionados con la sanidad y la estética. Ejemplo: se ve un león que ruge, es tu hambre, luego se ve un gatito, y tu hambre se puede ver reducida a un gatito con un gracioso implante de ¡reducción de estómago!. Flipping, flipping. Pero el que más gracia nos ha hecho ha sido el de los abueletes en silla de ruedas haciendo coreografías y de excursión por el monte con el nuevo modelo de sillas motorizadas.

No me he hecho ninguna foto y, aunque no soy de fotos, estoy sufriendo, porque hay cada rincón... No me traje cámara y estoy en la duda de si comprarme una, porque al fin y al cabo la mía es muy antigua, sólo permite veinte fotos y la batería no le dura nada (y encima no encuentro el cable del ordenador, que por eso no me la he traído). Mañana veré. Todo puede ser que para poder llegar a México me tenga que agenciar una esquina.

Y quedan días, quedan días…

Mmmmm, lo que no se ve en las películas:
San Francisco huele muy bien, a mar, a caramelo y a flores. :)

un breve

un breve Me voy de viaje, por lo que frecuentaré menos estos lugares virtuales, pero creo que dispondré de internet, así que no os libraréis del todo de mí. Iré informando según tenga tiempo.

Hasta muy pronto.

Iwi.

Reencuentros

Fred Astaire - Dancing cheek to cheek

Hay días que se sabe, que va a ser especial, pero otros ni lo sospechas. Hoy ha sido uno de estos últimos.

A media mañana, recibo una llamada: era de una buena amiga que hacía dos años que no veía y meses que no hablaba por teléfono con ella. Es de ésas que viven lejos pero da igual no llamarse, porque se sobreentiende que no pasa nada, y el día que lo hagas será como si no hubiera pasado el tiempo.
Quedamos para tomar café. Durante una hora charlamos animadamente, contándonos todo a trompicones. Recordé, sonriendo para mis adentros, lo mucho que hablaba, cómo enlazaba los temas, sus incisos habituales. Analizamos los acontecimientos de estos dos años, además del período en que compartimos nuestras vidas, esta vez desde una perspectiva más lejana.
La han trasladado en su trabajo y se viene a vivir a Madrid. ¿Quién nos los iba a decir?, con la pena que nos dio cuando nos tuvimos que separar, que pensábamos que ya nunca más podríamos seguir siendo amigas del día a día.
La conversación me produjo mezcla de nostalgia, de alegría por verla y de ilusión por la nueva etapa que nos espera juntas. Me sentía sorprendida por la sensación de que ella conocía lo que yo quería decir sin apenas hablar (sí que me conoce bien, y no se ha olvidado), por redescubrir que nos reíamos por la mismas tonterías, por hablar de nuestras movidas familiares sin ningún pudor, y todo eso mirándola y pareciéndome por momentos una extraña.
Dijo que me veía feliz, como si hubiera dejado atrás un lastre, y tiene razón. Dijo que se alegraba por mí. Probablemente ella es la que conoce mejor la anterior etapa de mi vida y valoro mucho sus opiniones.
Nos faltó tiempo, porque si algo nos unía eran nuestras largas conversaciones intentando arreglar el mundo. Me gustaban las conversaciones sobre política nacional con ella (yo ligeramente más radical), muy constructivas todas. Me hubiera quedado charlando con ella tranquilamente dos horas más, pero ya habrá tiempo. Ahora está inmersa en esa apasionante actividad que es la búsqueda de piso. (Busca uno sobre los ochocientos euros por la zona de Plaza de Castilla, por si alguien sabe de alguno, que me lo comunique).
Hay algunas amistades que sólo te dan problemas, he tenido demasiadas (recalco el demasiadas, por desgracia), pero hay otras que te hacen recordar lo grande que es a veces ese sentimiento.


Después de esa grata sorpresa quedé con otra amiga que no había visto en todo el verano, ya que ella había estado fuera, de vacaciones. Fue una puesta al día más cotidiana, pero extremadamente agradable también. Mientras comentábamos anécdotas y nos reíamos, se produjo otra llamada, más sorprendente aún que la anterior.


Se trataba de JR. No había vuelto a saber de él desde ¡la carrera! (hace unos añitos ya, ¿eh?). Me pareció transportarme en el tiempo. Tiene una voz preciosa JR, y con el tiempo le ha mejorado. Fue una llamada breve, yo iba en un taxi, con mi amiga y más gente, y no podía hablar tranquilamente tampoco.
La llamada fue, más o menos (resumiendo), así:

- Hola, ¿no sabes quién soy?
- Emmm,
(no lo puedo creer, dudo, pero no hay otra) ¿JR?
- ¿Reconoces mi voz?
- Sí
(satisfecha por mi memoria y sagacidad)
- He encontrado tu teléfono… bueno, es una larga historia, porque yo ahora estoy viviendo en Almería, porque aprobé una oposición, pero antes estuve viviendo en Fuerteventura, y me acabo de trasladar aquí, y mi madre había metido las cosas en una caja, por el traslado, y sacando las cosas de la caja… apareció tu teléfono.
(Se perdía en divagaciones, como excusándose por no haber llamado antes, pero a mí no me importaba nada, yo no necesitaba explicación)
- Ya, yo lo último que supe de ti fue un día que nos encontramos en la facultad
(cuando él ya no estudiaba allí, que fue a arreglar unos papeles, y yo andaba por la biblioteca estudiando para los exámenes de mis últimas asignaturas), que me diste tu dirección de correo y la perdí y ya no supe cómo ponerme más en contacto contigo
- Y te llamaba porque quería hablar contigo y que nos contásemos cómo nos va, y a ver si un día nos podemos ver y eso. Yo ya no estoy con el O pus, ni esas movidas raras…
(palabras textuales)
- Sí, muy bien, a mí también me gustaría hablar. Yo ahora vivo en Madrid.
- Ah, yo estuve ahí ayer.
- Qué pena, podríamos habernos visto.
- Me gustaría llamar también a ML, ¿tú no sabrás cómo conseguir su teléfono?
(parece azorado), o bueno, ¿hace muchos años que no la ves?
- Sí, yo tengo su teléfono, lo cambió, y sí que hablo con ella, vamos, hace muy poco que hablé con ella
- ¿Ah, sí?
(está entusiasmado), ¿la sigues viendo?
- Sí, mucho, si quieres ahora te mando su número en un mensaje
- Estaría bien, muchas gracias. Y eso, me gustaría que hablásemos, no ahora…
- Ahora no puedo, porque voy en un taxi con más gente, pero en otro momento sí, mañana, o cuando sea
- Sí, cuando sea
(se ríe, está feliz)
- Pues hablamos.
- Sí, hablamos.
- Hasta luego
- Hasta luego

A continuación le mandé el número de teléfono de ML, divertida pensando en la sorpresa que ML se llevaría en breve.


Tanto JR como ML pertenecían al grupo de amigos de la facultad con los que tenía una relación más estrecha. Recuerdo a JR, guapo (labios carnosos, pómulos marcados, pelo castaño con entradas), alto, hombros anchos, elegante, amanerado (pero nunca se reconocería gay, esa sería nuestra eterna duda), muy sensible, educado, infantil a ratos, divertido, profundo, con una filosofía de pacotilla muy suya pero encantadora, idealista, ingenuo. Era alguien absolutamente único. A JR hay que conocerlo. Se enzarzaba en discusiones inacabables muy tontas con otros miembros del grupo. Los dejabas, volvías al rato, y seguían en las mismas, pero a un nivel más básico aún.
Su pasión era el cine, y sabía bastante de música.
Era muy buena persona.
La época en la que estuvimos más unidos fue cuando era mi compañero de prácticas de penal, y no hacíamos mal equipo, de hecho sacamos bastante buenas notas.
Pero de pronto ocurrió, que JR se empezó a distanciar de los demás, de nosotros. Acudía menos a las citas y no estaba tan involucrado en nuestras vidas.
Siempre fue bastante religioso, y el resto de nosotros nada, y cada vez menos.
Un día, uno de los últimos que lo vi, tomando todos tranquilamente café en mi casa, nos contó que había ido a un retiro espiritual que había organizado el O pus en un monasterio más al sur. Nos contó en qué consistía, que se había aburrido un poco con tanto rezo, pero que cuando hablaban era muy interesante, que lo pasó mal cuando, al ir a ducharse, todos lo hicieron en ropa interior y él, sin saber nada, se quitó toda la ropa y le llamaron la atención.

La siguiente noticia que tuvimos de él fue a través de nuestro amigo M, otro integrante del grupo. Nos contó que JR, que hasta entonces vivía en casa de sus padres, se había mudado a una residencia del O pus, que distaba escasos 500 metros de la anterior, dentro de la misma ciudad. No le encontrábamos el sentido. Nos contó que JR le había dado un mensaje para nosotras: que a partir de ese momento no podía recibir visitas ni llamadas de teléfono que proviniesen de chicas, así que si le teníamos que decir algo, lo hiciésemos a través de M, que M se encargaría de transmitírselo a él. Nos dejó desconcertados a todos. Durante una temporada comentamos su situación, pero según pasó el tiempo nos cansamos de repetir siempre lo mismo, el tema se enfrió y poco a poco nos fuimos acostumbrando a prescindir de JR.

JR por aquel entonces andaba entre tercero y cuarto de carrera, no era torpe, pero un poco vago. Él y yo íbamos bastante paralelos en la carrera. De pronto, justo al año siguiente me cuentan que JR ya ha terminado la carrera. No lo podía creer. Era imposible, si alguien sabía de sus capacidades era yo, que habíamos estudiado juntos, y yo sabía que eso no podía ser así como así. Pero la aprobó, dos años (cuarto y quinto, y las que le quedaran de tercero que no las recuerdo pero alguna tenía que ser) en uno. No os podéis imaginar lo que eso me abrió los ojos sobre el mundo en el que estaba.

La siguiente vez que lo vi fue el día que comentaba antes en el que él ya había terminado la carrera. Yo no quise entrar en profundidades con él, dejándolo hablar (realmente sorprendida de que se dignara en hablar conmigo) y dándolo por perdido. Nos tomamos un café, durante el cual él miraba alrededor constantemente por si lo veían. Me contó que ahora vivía en Málaga, y que le habían ofrecido trabajar en lo que él quisiera, repito, lo que él quisiera. Él dijo que le gustaba el cine. Entonces lo habían metido en comunicación audiovisual de Málaga, para que hiciese la tesis de lo que él quisiera. A él le gustaba especialmente un director norteamericano. Le habían dicho que no había problema, que en breve tendría arreglada una entrevista con ese director en EEUU.

Me dejó su correo, como quien trafica con algo ilegal, yo no recuerdo si le dejé el mío. Tuve la servilleta en la que estaba apuntado el correo una temporada sobre mi escritorio, pero nunca me decidía a escribirle, porque esperaba que pasara un poco más de tiempo y que él tuviese algo nuevo que contarme, pero de pronto un día la servilleta ya había desaparecido.

Esa fue la última noticia que tuvo ninguno de nosotros sobre JR. De tarde en tarde nos acordábamos, cuando nos reuníamos, y nos preguntábamos que habría sido de él, pero ya habíamos perdido totalmente la esperanza de volverle a ver.


Al rato de haber tenido hoy esa conversación con JR, me llama mi amiga ML (otra con la que hablo menos de lo que debiera, pero que da igual, porque es como si fuera mi hermana). ML estaba partida partida partida de la risa.

Extracto de la conversación:

Yo: -Has hablado con él, ¿verdad?
-Sí,
juas juas juas, tía, se acordaba de la predicción que me hizo en ¡el 94!, que me casaría con un tío que todavía no conocía. Y (en voz baja, como costándole reconocerlo) efectivamente me he casado, la verdad. Tía, ¡que se ha hecho funcionario de prisiones!
-¿¿¿¿Quééééé????, ¿¿¿¿JR????
-Sí, ¿no te lo ha contado?
- Noooooo
- Por eso me río, que ¡a JR no le pega nada!
- Pero nada de nada, ¡pero si es un pusilánime!
- Si ya,
juas juas juas , ¡y que una transexual lo ha denunciado por hablarle mal! Juas juas juas
-¿¿¿Él???, ¿hablarle mal?, ¿¿¿él???, pero si él es incapaz de hablarle mal a nadie…
- Sí, si por eso me río, a saber lo que le diría… 
- ¿Y en qué habéis quedado?
- En hablar más otro día, y en que en breve te llamará a ti.



Estoy feliz, jejeje, ¡hemos recuperado a JR!, jejeje, ha vuelto a nosotros, ¡se acuerda!

Es flipante esta historia, la de vueltas que da la vida, y nunca sabes lo nuevo que te vas a encontrar.

 

Temporalmente coja

¿Recordáis la escena de "Quemados por el sol" cuando hay un trozo de cristal sobre la hierba, al lado de río, donde celebran ese bucólico picnic, y el protagonista, aún viendo al otro descalzo y con riesgo de cortarse, se calla la presencia del cristal? Bueno, si no habéis visto la película obviamente no la vais a recordar, pero tengo que decir que es una de mis escenas favoritas de siempre, por la tensión sostenida, por cómo gradúa el nivel del maldad del protagonista.

(Primer minuto y medio, el joven no sólo le está tonteando a la mujer del otro –su antigua amante-, sino que piensa traicionarlo y denunciarlo como parte de las purgas que tuvieron lugar en la URSS tras la Revolución –que de eso va la película, de ahí “Quemados por el sol”-):



Precisamente comentaba hace no mucho esta escena. Casualidad.

Me he cortado en la planta del pie, con un cristal. Un buen tajo, cinco puntos de sutura. La profundidad era impresionante, de una falange, vamos que por poco no me queda pie que atravesar.
Soy una persona muy aprensiva. Estoy afectadilla. Sangró bastante.

 

 



Un tiempo antes se había roto un vaso y se ve que me dejé un trozo por recoger, supongo que habría caído lejos. Lo pisé con todas mis ganas, el pie descalzo.

Después del momento horror fui al hospital. Lo que allí ocurrió da para un post en sí mismo. Si la persona que me acompañó (gracias de nuevo) quiere contarlo, según su particular manera, que lo haga.

Yo sólo digo que las inyecciones de anestesia en la planta del pie son lo más de lo más.

Ya pasó lo peor, y sobre todo, menos mal que no fue nada más grave.

El corte está justo donde se apoya el pie, lo que me impide andar. Puedo dar pasitos apoyando sólo el talón, pero la postura forzada hace que se cargue el empeine y al poco rato me duela demasiado. En fin, que estoy coja.

Qué bonita semana me espera por delante, con todo el calor de agosto en Madrid y sin poder salir de mi casa. Creo que me voy a buscar unas muletas (nunca antes había andado con muletas), que el bastón no va a ser suficiente. Me veía yo ya con mi bastón, mis tres canas sacadas al viento, tan de película.

Ir a la cocina y al baño es una aventura ahora. Ir a por agua, parece que voy al río. Las escaleras (no hay ascensor) el Himalaya y yo de alpinismo. Ducharse, una playa de ésas con piedras, a riesgo de caerte y matarte a cada instante. Mi cama (de las de Ikea, con escalera de casi dos metros para ahorrar espacio), si ya antes era bastante incordio, ahora parece la cárcel.


Y un calorín general…

 

 

Bueno, ya me he quejado mi ratito. No hace falta que me digáis “pobrecita”, “que te recuperes” y todo eso, que lo presupongo, era sólo quejarme un rato. Soy bastante quejica yo, es uno de mis defectos. Últimamente lo tenía bastante controlado, pero hoy me he soltado la melena.

Bueno, y éste es sólo el principio de la historia, ya iré descubriendo nuevos inconvenientes según se vayan presentando. Os mantendré informados, porque esta semana me da la impresión de que voy a estar muuucho por internet. Con el calor que echa el bicho éste, por favor…

 

La cosa, propiamente dicha

All is full of love

Llegué, a través del país ése, el del miedo, las prohibiciones, el aparente bienestar y el brillo de los felices.

Tras “la línea” me esperaba un hogar, frágil, reconocible, tanto que podría haber sido el mío.

Tardamos tres días en partir, atrapadas por el rojo.

Siguiendo mi costumbre, salimos tarde, dirección San Quintín. Por el nombre pudiera parecer lejos, pero era sólo el principio. Tres horas y motel. Bueno, nos perdíamos, muchas horas y motel. Aquello no está precisamente bien señalizado. Llegamos entrada la noche.

Soy incapaz de describir el viaje fríamente, lo que en términos prácticos significa que no lo describiré bien.

Salimos al día siguiente, en serio ya. El desierto comenzó a hacerse presente. Cactus de esos típicos de las pelis de vaqueros, que se llaman “cardones”. Enormes, bosques de cardones.

"Cirios”, que son como los cardones, pero de un solo palo. Valles de cirios.

Desierto quiere decir muchos kilómetros sin verde (verde tradicional, que sí cactus) ni habitantes.

Muchos kilómetros.

300, o muchos. Más de 700 al final. El doble de vuelta.

Pueblo a mitad de camino llamado Cataviña. Pueblo = ¿diez casas?

Desierto. Desvío. Desierto. Volcanes. “Cuesta del Diablo”. Bajada en picado, aparición del Golfo de California: bahía adornada por multitud de islas vacías. El mar quieto, había que buscar la gasolinera y contactar con “Sergio”, que nos diría dónde estaba “Antonio el de las tortugas”, que nos alquilaría una choza en la playa.

Hecho. Allí nadie cerraba las puertas. Por no cerrar no había ni puertas.
En la choza de al lado estaba Tom, un guiri viejo y feliz que tenía dos pastores alemanes que eran dos soles. Teníamos nevera y todo, conectada a la batería de un camión, éramos la potentadas del lugar.
En dos días pasaron dos o tres viajeros más, y es julio.

El cielo más espectacular que he visto en mi vida. Ella también los ha visto así, pero lo suyo no cuenta. “Qué bonitas las luces del cielo”.

Playa. La verdad es que de noche en el agua me salió un bicho (cosa enorme) y salí escopeteada.

Comimos marisco casi todos los días. Yo, extasiada.

A veces hacía mucho calor.

La carretera transpeninsular hace zigzag por toda la península, centenares de kilómetros de desierto en cada transición.

Por capricho poníamos a Chavela en la radio del coche, o a Silvio, Chico Buarque o Antony, o a muchos, que daba tiempo.

Guerrero Negro, costa Pacífico, marisco, salinas, marismas, continuamos.

Desierto. Cuando digo desierto es desierto, no me repito más.

Oasis. Nunca había visto uno en mi vida. Es como en las películas, un grupito de palmeras sobre una base de agua en mitad de un secarral. Pues oasis. Allí viven algunas personas y da mucha alegría al llegar.

Desierto.

Controles militares. En todo el viaje sufrimos seis o siete. ¿De dónde vienen? ¿A dónde van? (Ésas preguntas que se hace la humanidad desde el principio de los tiempos, te daban ganas de contestarle una barbaridad, pero te contenías). A veces nos interrogaban, a veces nos registraban más. Se supone que buscan drogas. Sobre todo había cola a vuelta. Nos reíamos. (Recuerdo especialmente un control). Como hace calor ponen maniquíes para dar el alto. Les hubiéramos sacado fotos pero nos conteníamos, no era plan de buscar problemas.

Santa Rosalía, en la costa del Golfo (9000 hab), lo más habitado en 300 kilómetros a la redonda, por lo menos. Antiguo pueblo minero –cobre-, explotado por una compañía francesa, ahora en decadencia. Las casas eran de madera, prefabricadas, cien años de antigüedad, coloristas. Eiffel diseñó la iglesia, de chapa. Cuando llegamos había misa. En la casa de la cultura se daban clases de bailes polinesios.

Mulegé, costa del Golfo, otro oasis, llegamos anocheciendo.
Calor y humedad para reventar. Si hay algún culo del mundo (con todos mis respetos, que para ellos seremos nosotros), es éste.

Playa.

Yo, con todo lo que lo he criticado, pegada a ese aire acondicionado.

Cataviña, de nuevo. Hotel perdido (diez horas rezando para que hubiera habitación, que si no con las cascabel nos tocaba dormir), hotel maravilloso, caro, con piscina, bonito, colores mexicanos, cardones. A vivir me quedaba yo allí.

 

(En la foto salgo yo, pequeñita, a la derecha, para que veáis las dimensiones de estos "cardones").

Desierto.

San Quintín, de día, tiene interminables playas de arena blanca, y los lugareños parecen no apreciarlas. Dunas y pelícanos, y evangelistas bautizando, vestidos de blanco. Así, como fauna autóctona. El agua está más fría en el Pacífico que en el Golfo, cuestión de gustos.

Y vuelta a Ensenada, que parece el súmmum de la civilización.

Tijuana, San Diego, Philadelphia… Madrid.

Muy mal descrito todo, no puedo hacer simulación de análisis sociológico porque pocas personas había. Es tan diferente que por mucho que diga no refleja la realidad, de tan inhóspito y remoto.

Veinte mil maneras y perspectivas habría de describir este viaje, ésta es sólo una.

Preludio onírico

A los amigos blogueros: os he leído, todo todo, como la niña del anuncio. No he respondido por falta de tiempo, y por falta de disposición, más probablemente. Especialmente a la “Mala” (dame tiempo).

Fui al concierto de Björk, el 18, en Las Ventas. Björk es divina, definitivamente. Cantó “Hunter”, oh sorpresa, la segunda, y Bachelorette, y casi todas. “All is full of love” no, Nayib la echó de menos.

Más que “preludio onírico” debería llamar a esto “preludio alcohólico”, pero una es fina.

Yo pretendía haceros un resumen de mis vacaciones, día por día, lo que pasa es que tengo tal cúmulo de sensaciones que no doy abasto. Necesitaría a la dueña de Tizón, tan psicoanalítica y práctica ella, pero está por los nortes.

Lo suyo era eso, un día por día, y no es sólo el atasco emocional, sino el destartalo alcohólico. “Como Humphrey Bogart, en la barra de un bar”, decía Nayib hace unas horas. Sí.

Pagan poetry. (También la cantó).

Quería contar el viaje, esas horas, los kilómetros por el desierto. El amor y el paisaje lunar. La brevedad y la eternidad todo en uno, como el champú y el acondicionador.

Quizá esto se quede en preludio, y no llegue a más, me temo que suelo ser así.
Por si las moscas, os dejo las fotos (algunas)

Luego llegaron los días de Madrid, como si no conociera la ciudad, pisarla como nueva. La vida me regala otra vida, pequeña, contenida.

Durante meses no quise pensar en el futuro, supeditándolo todo a pequeños planes, a la inmediatez.

Ahora la vida se extiende ante mí como ese desierto, inmensa, abierta. Deseo hecho realidad, maldición que soportar. La copa se acaba y la vida queda. Dramática me he puesto.

Las imágenes luchan por su puesto en la memoria, y yo me niego a darle prioridad a ninguna…

CERRADO POR VACACIONES

Como ya dije en un post anterior, el lunes (2 de julio) me fui de vacaciones, y aquí estoy, living la vida loca, muy contenta, la verdad.

Estaré fuera un par de semanas, y en este tiempo no escribiré ningún post.

Pasadlo bien, tanto si os váis de viaje como si os quedáis en vuestros lugares habituales.

Nos leemos pronto.

Iwi

 

Pasaporte, en Madrid y verano

 

 

 

Llevaba varios días queriéndome renovar el pasaporte. En realidad, el que tengo no caduca hasta octubre, pero como es el modelo antiguo, y el lunes parto hacia los USA, necesitaba el nuevo.
Me empezaba a urgir, y el viernes, por circunstancias que no vienen al caso, no pude ir.
Miré por internet cuál era la comisaría más cercana a mi casa y los horarios. Lo ponía bien claro: calle Tal, número Tal, de 9 a 14 horas.

El lunes, a eso de las once, me dirigí tan tranquila a la comisaría, y nada más llegar, veo una especie de tumulto en la puerta. Me acerco, agudizo el oído y casi me caigo para atrás. No quedan números. ¿Números? No quedan números. Para hoy no hay números. El policía de la puerta sólo hace repetir la misma frase. ¿Y a qué hora hay que venir? A las nueve, mañana a las nueve se repartirán nuevos números.
Menos mal que me dediqué a hacer preguntas a los que se encontraban allí esperando, porque descubrí que había que irse a las siete y media para hacer cola porque si llegabas a las nueve o más tarde ya no pillabas número.
En ese momento también tuve la lucidez de ir a preguntarle a la de información (espera cola) si la foto que acababa de hacerme en el fotomatón era válida para el pasaporte, y me dijo que ése modelo sí, pero que la foto en concreto no, porque tenía un ¡brillo blanco! Toma ya. Tres euros tirados.

Me pregunto yo… sé que quizá es una pregunta tonta: si es una comisaría que se dedica exclusivamente a la tramitación de documentación, ¿por qué pone en el horario de 9 a 14?, ¿por qué en ningún sitio explican que si no vas de siete y media a ocho y media no te atenderán?
Encima el policía de la puerta tampoco te lo explica si no lo sonsacas. Y tampoco lo explica ningún cartel. Tan sólo hay colgado uno, viejo, donde figura escrito a mano, con una letra casi gótica: “Agotados los números para pasaporte”.
También hay otro que explica que el plazo de tramitación es de cuarenta y ocho horas. Ahí respiré tranquila. Me daba tiempo.

También me enteré, exponiendo mi caso a unos y a otros (en realidad casi todos se encontraban en circunstancias parecidas), que si a ultimísima hora te presentas en el aeropuerto, con un billete, te lo hacen en el acto, pero no quise ser tan arriesgada.

Total, informada, me fui a hacer unas compras para mi viaje y de tapeo con una amiga.

En un grave error de cálculo, esa misma noche, no se sabe cómo, acabé de copas con mi amiga, y llegué a casa pasada la una de la noche, con un tajón respetable.

No tengo remedio ninguno. ¿A quién se le ocurre?

Qué horror, qué mal cuerpo cuando me desperté. Muriéndome, descubrí que había overbooking en el baño, por lo que al final he llegado a las ocho a la comisaría.

Había una cola importante, aunque estaban mezclados los del DNI (que también van por número) y los del pasaporte.
A las nueve repartieron los números (algunas personas que habían esperado cola se quedaron sin ellos), y a mí me tocó el 59. Guardé el número, modelo carnicería, cuidadosamente en mi cartera, no fuéramos a tonterías.

No parecía mal número, el 59. La cosa aparentemente mejora cuando veo (en una pantallita luminosa, modelo carnicería igualmente) que empieza a contar a partir del once.

El pánico empieza a cundir cuando descubrimos (yo y los amigos que a esas alturas ya me había hecho) el ritmo al que evolucionaba la cosa. A los pasaportes se dedicaba una sola funcionaria, y ¿cómo describirla? ¿parsimoniosa?.

Hicimos cálculos, iba a unos trece números por hora. Sin embargo nos resistíamos a aceptarlo, pensábamos que en algún momento aquello aceleraría de alguna manera mágica.

Desayunamos, me hice nuevas fotos. Me dio tiempo a buscar una tienda de fotografía (por no sacar brillos esta vez), pero estaba cerrada. Otros tres euros en un fotomatón. Cinco años más con un pasaporte con foto con cara de espanto, con lo bien que había salido en las "inservibles".
Nos dedicábamos a estudiar los movimientos de la funcionaria, a criticarla (obviamente), a contar experiencias similares, a despotricar de la Administración.

La gente se llamaba de nombre su número, de apellido DNI o Pasaporte. Por ejemplo, yo era 59 Pasaporte. Aunque al final se hicieron grupos más cerrados y ya nos llamábamos por el nombre verdadero.

Charlando con unos y con otros, me enteré que de las quince comisarías que expiden documentos en Madrid cinco están en obras. Nadie ha pensado, obviamente, en trasladar a esos funcionarios a las que se mantienen abiertas, ni en hacer las obras en invierno, o qué digo yo, en otoño, ¿primavera? No, en verano, que es cuando casualmente (y lo saben) las comisarías se desbordan de gente que viene a renovar sus documentos porque se va de vacaciones.

Caso aparte merecen los niños. Hé ahí otra. Los niños, que acaban de coger vacaciones, ya pueden ir a comisaría y sacar los pasaportes para viajar con sus padres.
Cuando veíamos que padre/madre con niños se acercaba al mostrador nos echábamos a temblar, tardaban considerablemente más que los “singles”. Supusimos que, al ser la primera emisión de pasaporte, la gestión era más larga. Los extranjeros también eran temidos, pues solían echar su rato, aunque no comparable al de los niños.

Me he encontrado con gente que venía de otras comisarías, dándolo por imposible, y decían que la comisaría a la que yo fui es la mejor.

Por lo visto, en la de Santa Engracia (que abre también por la tarde, no como a la que yo fui), la cola es kilométrica, y a las dos, cuando cierran, después de no haber podido hacer nada en toda la mañana, la gente se queda esperando hasta que a las cuatro vuelvan a abrir.

Nos alucinábamos continuamente cada vez que el policía de la puerta le decía a todo el que iba llegando (sin tener ni idea de dónde se estaba metiendo y guiándose tan sólo por los horarios publicados en internet o colgados de la puerta, como yo había ido el día anterior) que no quedaban números, que mañana a las nueve. A veces éramos nosotros mismos a los que nos daba pena la gente y le explicábamos bien cómo iba toda la movida. Al no dar correctamente la información, no sólo le estás haciendo perder a la gente un día, sino dos, pues el primero se suele pagar la inocentada, si no es de no conseguir número, como me pasó a mí, de pensar que vas a tardar mucho menos de lo que al final tardas.
En un momento determinado, viendo que aquello avanzaba tan poco y empezándonos a asustar un poco, decidimos esperar un rato en la cola de información (no había otra cosa que hacer) y preguntar si había la posibilidad de que se quedase gente fuera a pesar de tener número. Y nos respondieron categóricamente que no, que si teníamos número nos atendían. Respiramos aliviados, sobre todo porque en mi grupo éramos de la zona de los cincuenta y tantos y los sesenta y pocos, y sabíamos que más o menos entrábamos, pero a pesar de las palabras de la de información, no nos terminaban de cuadrar las cuentas sobre cómo iban a entrar los 99.

Así pasaron las diez, las once, las doce (parece la canción de Sabina) y… ¡la una! Me atendieron, por fin, a la una.

La señora que llevaba el 99 tiene que estar contentísima, sobre todo por las mentiras que nos echaron los de información diciendo que entrábamos todos. Es completamente imposible que esa señora haya entrado según el ritmo que hasta la una pude observar.

Ah, y el cartelito que pone en la puerta de que los pasaportes te los dan a las cuarenta y ocho horas es mentira, yo puedo ir a recogerlo el viernes de nueve a dos. Eso son setenta y dos horas, si no se me ha olvidado contar.

Aunque bueno, visto como está la cosa, hasta contenta debería de estar de que por fin vaya a tener mi nuevo pasaporte e irme de vacaciones.

Había pensado en sacarme el carnet de conducir internacional. Le van a dar mucho. Pienso conducir, si al final lo hago, con mi carnet normal de España.
Una canción , para relajarme/relajarnos.

¿Funciona el Odeo? No, no lo puedo creer:


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Conexión maldita

Aprovechando que ha venido un amigo a visitarme este fin de semana, he decidido bajarme al sur en coche con él.
Como yo suelo hacer las cosas, siguiendo mi línea, he planificado de pm el viaje, pero ejecutado fatalmente mal. Empecé ya descuadrando el sábado por la noche, cuando me dormí bastante más tarde de lo previsto. Con gran falta de sueño, el día transcurrió como si nada pasara: tranquilamente quedamos con gente, comemos, con mis cañitas, vamos a otro sitio, un café relajado, a la velocidad del rayo hago la maleta, relajadamente departimos con mis compañeros de piso y salimos a las siete y pico de la tarde.

Mi madre no espera ni a que llegue para echarme la bronca. Lo hace por teléfono, por salir tan tarde y conducir de noche. Decido aplicar la técnica “me resbala”.

El objetivo principal del viaje es dejar mi coche en el garaje de mi madre (sí, me he rendido, es insufrible el estrés al que me somete en Madrid, además del gasto económico), unos papeleos y recuperar unos documentos de entre el montón de papeles arrebujados que guardé después de la mudanza.

El viaje se me hace ligero para lo que cabía esperar. Mi amigo se ofrece a conducir, pero me niego. Echaré de menos mi coche.

Llego a casa de mi madre, relativamente temprano para lo pensado, a la una y media, esperando comité de bienvenida, confeti y banda de música, por lo menos. Decido no dar en el timbre, usar mis llaves y darles una sorpresa. “¡¡¡Hoooola!!!” Silencio. La única iluminación viene de una lamparita del pasillo. Veo un ordenador encendido, debe haber una persona cerca. “Hooola”. El ordenador se había quedado pillado en “error en Explorer…” antes de apagarse y le doy a “finalizar programa”. Me dirijo a la cocina. “¿Hola?” Nadie.
¿Mamááá?”.
Voy al dormitorio, se levanta mi madre, me da un beso, me dice que si tengo hambre hay ensalada en la nevera y se vuelve a la cama.

Vaya.

Me como la ensalada, porque desde la comida del mediodía no me he echado nada al cuerpo.

Quiero hablar con alguien.
Debería estar cansadísima y tener un sueño demoledor, pero no.
Quiero hablar con alguien, algo de animación. No están ni los gatos.

¿Qué pasa aquí, por qué no tengo sueño? De pronto, caigo en la cuenta: además del café de la sobremesa me he tomado dos redbulls por el camino.
Yo no sabía lo que era un redbull hasta hace tres meses. Detestaba su sabor, pero, ajá, existe el “light”, que no está tan malo (el sabor a medicina está levemente atenuado) y con un poquito de esfuerzo se puede tomar. Bonita cosa he descubierto, con lo mal que sé que me sientan los excitantes.

Decido retirarme a mi habitación, en la planta de arriba. Subo la maleta y según la deshago, me doy cuenta de la gran cagada: me he dejado en Madrid las llaves del baúl de los papeles. Bieeen.

No hay dolor. Mañana pensaremos la solución.
A falta de personas reales, me decido por las virtuales y me dispongo a encender el ordenador.
A ver… “Preferencias del sistema”, “Red”, “casa madre” (ya lo había configurado en una ocasión anterior, hace unos tres meses, cuando se instaló el wifi en esta casa, y el ordenador lo recuerda). Perfecto. Esperamos un segundo, unos segundos…, un minuto… Empiezo a mirar a mi alrededor, desconcertada, como si la respuesta me fuera a venir del exterior. Bueno, igual no lo he hecho bien. Empiezo a toquichear opciones. Nada. Reinicio el ordenador, no sé por qué, pero lo hago. De pronto aparecen unas letritas “Jazztel Wireless”. JA. Ya está.
Leo el post de Omanero y pienso: “qué gracia, justo estaba yo con la conexión, pero ya está arreglado, mira tú, es verdad que los macs son fáciles”. En ese momento, salta el Messenger del Dock, señal de que se ha caído. Miro el AirPort y ¡su p... madre!, otra vez en blanco. (El AirPort en los mac, para el que no lo sepa, es como un medidor de cobertura del wifi, con cuatro rayitas que se ven rellenas o no dependiendo de la calidad de la señal). Aquí me desquicio. ¡Ahora no he tocado nada, no puede desaparecer así como así! Es imposible que sea por culpa de nada que se haya hecho a través del otro ordenador porque son las mil de la noche y está apagado, que lo he apagado yo con mis manitas. ¿Qué pasa aquí? Espero, quizá sea algo momentáneo, espero, espero, me leo las páginas que tenía abiertas, para hacer tiempo, espero, y no.

Houston, tenemos un problema.
Es ese momento intento tranquilizarme a mí misma porque me doy cuenta de que es una combinación fatal la desesperación por arreglar una conexión con la ingesta masiva de redbull.

A ver, tranquilidad. Volveré a repetir los pasos que di anteriormente, me digo. Acabo apagando y encendiendo el ordenador tres veces. Rendida ante la evidencia, decido bajar y comprobar que los cables del router están bien ajustados. Los aprieto, uno por uno, y subo. Nada. No puede ser que no funcione, porque hace un momento ha funcionado, y era la de esta casa, no la de nadie más. Me desespero y empiezo a considerar que quizá sea un problema demasiado complejo y que debería resolverlo al día siguiente.
Pienso que me conformaré sólo con leer un correo que me había quedado por abrir, aunque tenga que conectar el ordenador por cable. Decido bajar, con calcetines y el mac en las manos, por las escaleras, trampa mortal donde las haya, porque los escalones tienen una banda de madera que si las pisas ríete tú del patinaje sobre hielo. Jugándome la vida, y sobre todo la de mi mac, llego abajo sana y salva. Después de una fiesta de apaga luces-enciende luces, ésta no es-la otra tampoco, localizo el teatro de operaciones. Busco un cable, busco un cable, busco a jacks. No hay cable. ¡¿Cómo no puede haber cable?! Cuando me empiezo a hundir sin remedio, miro el AirPort, y ¡está bien!. Ya hay Internet. Sin caber en mi de gozo, vuelvo a iniciar la ascensión, mucho menos peligrosa que el descenso pero no por ello exenta de riesgo.

Me voy, toda feliz a mi cama, y… “Servidor no encontrado”. Me cambia el gesto de la cara, aunque ya intuyo cuál es el problema y no lo quiero creer. Me acerco a la puerta: no. Me acerco a la escaleras: ¡sí!. Voy reculando hasta la puerta. Aguanta, aguanta, va bien. No. ¿Cómo? Sí, vuelve, vuelve, falsa alarma. Acabo dando vueltas por toda la habitación, como el que va midiendo radiactividad. Tras numerosos movimientos prueba-error, llego a la conclusión de que en la zona del cabecero de la cama no hay cobertura, pero sí en la zona de los pies, aunque débil, sólo de dos líneas.
Identificado el problema, decido ponerle solución: coloco la almohada en la zona de los pies, a modo de mesa para el ordenador. Cuando me dispongo a entrar en faena, la red se cae, otra vez. Al borde de la desesperación, lo elevo con los brazos, como clamando al cielo, y oh sorpresa, vuelve, con sus cuatro rayitas completas. Lo miro con escepticismo, lo bajo, vuelve a dos rayas, tres, lo subo, dos, lo bajo, una, tres, lo desplazo hacia una esquina, parece que se estabiliza en dos. Mentira, que cuando más convencida estaba, se vuelve a caer. Se ha vuelto loco, definitivamente se ha vuelto loco, y me va a volver loca a mí también.
Me niego a aceptar la evidencia de que probablemente, mi habitación, mi cama, sea el único lugar de la casa donde no llega el Wifi. No puede ser. Me niego.

Me voy a la cocina, no sé si por obtener calidad de la conexión o porque tengo más hambre. De golpe me levanto y me lanzo sobre la nevera. Era hambre. Maldición, es verdad que la dieta ha llegado a esta casa. Gazpacho, vitalíneas, frutas y verduras. No me gusta la fruta tan fría si no es pleno verano. Hay cerveza, será por si llegan invitados. La miro con ojos de deseo, pero no, no puede ser. Desisto: ¡a la despensa!. ¡¿Nada?! Un paquete de galletas dietéticas… vacío.
Me dirijo hacia el lugar secreto donde mi madre esconde el chocolate, y sólo yo sé, que es detrás del aceite, sal y botes varios (bueno, ni ella ni nadie que la conozca lee este blog, no creo que sea tan grave descubrir su sitio). Nada.
La única solución se convierte en cocinar. Pasando, puedo superarlo.
¿Quééé quieeeeeres?”, se oye desde un espacio indefinido. Glups. “Naaaada”, respondo. Decido coger mi mac y cual camarera torpe volver a mi habitación. Al final, durante la retirada, descubro un plátano. Bueno es, visto el panorama.
Tras mi incursión en la cocina una idea acude a mi mente: alargar el router lo más posible. Durante la operación tiro una papelera y una lámpara de mesa, para al final conseguir alargarlo… un metro. Vuelvo esperanzada de que ese metro sea el mismo que separa los pies de la cama del cabecero. Voy, dispuesta y convencida, me siento en la cama, orgullosa de mi ingenio a altas horas de la noche, y… no, la conexión se vuelve a perder. En los pies de la cama seguimos igual.

Me recupero del disgusto como puedo.
Pienso, pienso, nada.
Mientras pienso, me voy de paseo por el pasillo con el mac bajo el brazo. Es evidente que en la escalera va, en el pasillo también. Abro puerta, cierro puerta. Le afecta.

Conclusión final: Se mantiene (dos o tres rayas de media) si dejo la puerta abierta y me siento en los pies de la cama, aunque con alguna caída esporádica. (Tanto rato para esto).
Conclusión 2: con la puerta entreabierta tan solo 5 cm. también vale.
Nota positiva: cuando va, va rápido.
Conclusión 3: se soluciona comprando un cable telefónico más largo, evidentemente.
Conclusión 4 y más importante de todas: no vuelvo a tomar redbull.

(Y eso que no es he contado la primera vez que me tomé un redbull entero: en esa ocasión me dio por quemar un palé de obra en una chimenea, poco a poco -porque no entraba completo y no se podía partir-, cuidando de que el fuego no pasara al resto de la casa; tres horas tardé).

El redbull ha despertado el monstruo obsesivo que había en mí.

Total, al final para nada, porque cuando por fin he conseguido identificar y solucionar el problema, ya no tenía ganar de navegar, ni de bloguear ni ná de ná.

Ahora, sigo sin poder dormir.

Kirikita, la niña refugiada

El vuelo para el trayecto Madrid- Casablanca con EasyJet sale por unos 30 euros ida y vuelta, pero ¿no es mucho más emocionante hacerlo en coche?
Claro que sí.

Yo sé que por mucho que explique nadie podrá captar completamente la atmósfera que se ha vivido en este viaje, donde se pasaba de la felicidad a la pesadilla varias veces al día y con una facilidad pasmosa.
Para empezar, hay que considerar que si metemos a tres adultos y una niña de tres años en un coche durante varios días, sin ninguna otra influencia del exterior que un disco de punkrock de los 80 (porque había cuatro cds más, pero ése era EL CD), el resultado no puede ser normal.
Sin duda alguna, la protagonista absoluta del viaje ha sido Kirikita, la niña. (Mariquita, dicho con lengua de trapo es Kirikita).
Las conversaciones se vuelven repetitivas:
Me llamo Kirikita”, “no, te llamas Paula”, “no, yo no me llamo Paula”, “te llamas Kirikita”, “noooo”, “te llamas árbol”, “nooo”, “te llamas perro”, “noooo”, “te llamas Candela”, “nooooo”, “Kirikita”, “¡¡¡Que no me llamo Kirikitaaaaa!!!” Así durante horas. Después de varios días de lavado de cerebro la pobre niña casi acepta que se llama Kirikita.
También tenemos como más destacados los juegos del “cocolilo” y el de “me como tu nariz”, y el cuento estrella era “Caperucita” en todas las variantes posibles, por encima incluso de “Los tres cerditos”.
También despliegue de emociones básicas: “estoy triste”, “estoy enfadada”, “estoy triste y enfadada” (cada palabra con su entonación particular, escenificando) o “sólo estoy triste”, “estoy contenta”, “tengo miedo” (y Kirikita, que comienza a demostrar un arte especial para el chantaje emocional, las utilizaba hábilmente para conseguir sus objetivos).
Todo intercalado con la bonita canción: “Yo tengo un amigo que se llama Jesús”, “Yo tengo un amigo que se llama Kirikiiiita…”, y “Allah Akbar” (Alá es grande), por lo del toque local. Una locura.
Al final, aunque Kirikita estuviese dormida los adultos seguíamos hablando de la misma manera. Otra regla era que si otro adulto se unía al grupo, aproximadamente en media hora acababa hablando igual: “ésta sí”, “ésta no”, “me llamo…”, “eres bueno”, “eres maaala”… Conclusión, nivel intelectual general de las conversaciones: de niño de tres años.
Ah, Kirikita tiene sus canciones favoritas, y cansina como ella sola, por la edad que tiene (esa en que los niños son tan repetitivos) y por herencia de la madre, todo hay que decirlo, había que repetir las canciones innumerables veces. “¡Otra vez, otra!” Menos mal que Kirikita tiene buen gusto:
Por orden de preferencia son éstas:
“El Pato” de Talking Heads. Sin duda es la favorita. Cuando en el estribillo cantan “Fa fa fa fa fa…” hay que decir “cua cua cua cuá, cua cua cua cua cua cuá” y si se hace el pato con los brazos mejor que mejor.
“Lompeolas, Lompeolas” de Radio Futura
“Puaj, que asco” de The Clash, durante el estribillo en vez de “Rock the Casbah” hay que decir “puaj, qué asco, puaj qué asco”. Probadlo, pega un montón, ocurrencia de Kirikita.
También le gustan “Love Cats” de The Cure y “Stand and Deliver” de Adam & The Ants (la del caballo, de toda la vida).

Kirikita, la niña refugiada, comenzó a ser refugiada cuando se dejó olvidada su ropita de princesa en casa de la abuela y hubo que comprarle ropitas de niño marroquí en el mercadillo para que no pasase frío, que por cierto, Marruecos NO es el Caribe, hacía un tiempo casi como el de aquí, nos llovió dos días.
Kirikita también se echó un noviete marroquí, un rollo pasajero, era un monstruito de niño y la propia Kirikita renegó de él el último día.
Ah, Kirikita descubrió… ¡el yogur rosa chicle! Se trata de unos yogures con un contenido completamente líquido de aspecto radiactivo y efectivamente de color rosa chicle. Tan solo uno de los adultos tuvo el valor de probarlo y dijo que estaba asqueroso, por lo que los demás no hicimos más intención, pero a Kirikita le encantaban, y debe de tener un gran éxito en Marruecos puesto que encuentras los envases tirados por todas partes. Así que imaginad, cada vez que veía un envase: “quiero rosa chicle, rosa chicle…”. Si la dejabas se podía tomar tres de una vez.
Ah, pequeño detalle, a veces Kirikita se mareaba en el coche y vomitaba, pero la pobre, qué buena es, avisaba para que le dieran una bolsa. Os podéis imaginar el color del contenido, ¿no? Momento cumbre: una de las veces la bolsa estaba agujereada, pasando de mano en mano, chorreando rosa chicle por todo el coche, todos gritando…
El estado general en que estaba el coche por dentro es indescriptible (galletas roídas, botellas vacías, mapas, papel higiénico, toallitas de bebé, papeles varios, cds, fundas de cds, chaquetas, bolsos, bolsas de plástico de contenido incógnita…). Y a lo que habéis imaginado añadid el olor a pollo al ajillo del último día.

Hay más capítulos en este viaje:
  • La primera vomitona de Kirikita, por La Mancha, al mismo tiempo en que caía una tromba de agua espectacular.
  • Cuando diez minutos antes de que salga el ferry nos dicen que uno de nuestros billetes (el del coche) está anulado
  • El frío que pasamos la primera noche
  • El del policía corrupto jubilado, alcohólico, putero y musulmán (creo que cuando se declaraba musulmán quería decir que no era maricón), que conducía de modo suicida, al que nos pegábamos porque era el que conocía los sitios buenos.
  • El particular modo de conducir que tienen en Marruecos, que nos dio tan emocionantes momentos, por no hablar de la espontaneidad de sus peatones o la despreocupación de sus ciclistas y motoristas
  • La hospitalidad marroquí que hacía que tuvieras que comer varias veces, y ninguno sabía cómo negarse. (El pescado buenísimo y muy fresco).
  • El senegalés guapo y caballeroso que nos invitó a restaurante en condiciones
  • “El culto”, escritor marroquí encantador, que nos enseñó su pueblo
  • Perdidos en Casablanca (ése se repetía, era como El día de La Marmota, pues igual, y siempre había alguien que acababa diciendo “es que Casablanca tiene cuatro o cinco millones de habitantes”)
  • "Tenemos que encontrar un super-marché…" (ése se repetía también)
  • "Vamos a coger leña del bosque" ("¿y si robamos un palé?" Ése sí que se repetía)
  • Cuando me tomé un redbull e hice realidad mi sueño de quemar el palé
  • Cuando no llegábamos al ferry de vuelta ni de coña, las discusiones en la frontera con los de allí, cuando llegamos por fin y para celebrar que había salido con retraso (nos habíamos encomendado a Jesús, Alá y las diosas, no sabemos cuales fueron los que funcionaron pero la combinación de los tres da resultado, garantizado) nos tomamos unas cervezas, los mareos luego en el ferry…
En fin, eso por encima y de lo que se puede contar, que ha sido completito el viaje.


PS: Hasta que no he llegado a casa tras las vacaciones y alguien me ha dicho “por lo menos no has tenido que soportar las procesiones” no me he percatado de que era verdad.


Otro día más

Sábado, una y pico de la noche, ya en casita, qué responsable, qué tranquilizador, pero no.
Salí yo de mi casa a la una y media del mediodía o así, que no podía con mi cuerpo de la noche anterior, y de la otra, y de la otra, (sin drogas estimulantes, conste, y muy orgullosa que estoy de ello). Salí yo, a tomar unas cañas, porque qué sol hacía hoy. Dicen que una caña es el mejor remedio contra la resaca, aunque hace poco leyera un artículo que lo desmentía, pero quiero seguir creyendo esa opinión popular.
La primera en un bar que nos cogía de camino, la siguiente en la terraza de otro de la calle Argumosa, qué suerte que unos se iban y pillamos mesa, era nuestra y no nos la quitaba nadie. Una caña, otra y otra, unas tapas para amenizar, que de algo vive el hombre. La compañía, inmejorable. Unos fijos, otros variables, gente nueva. Sol, qué agradable.
Cuando nos levantamos eran las seis de la tarde. Me recordó a los tiempos de la facultad, pero todavía no sabía hasta qué punto este día me los iba a recordar.
Yo estaba dispuesta a volver a mi casa y echarme una siesta histórica, pero tampoco. Alguien sugirió “La Zapatería”, famosa por su sangría, que había sido tema de conversación en la mesa. Y yo, que nunca fui entusiasta de la sangría, me dispuse a conocer ese renombrado y decadente local, no fuera que me faltara en el currículum. Lo más destacable del rato: confesiones de lo peor que has hecho por amor. Obviamente lo mío no voy a contarlo aquí, se reserva a los asistentes, pero no tuvo desperdicio la conversación, lo que me divertí.
De pronto eran las nueve, nadie sabe cómo.
Sabíamos que hoy cambiaba la hora, como siete veces hemos intentado a lo largo del día descubrir si se “ganaba” o “perdía” una hora, las siete de manera infructuosa. Todos los años pasa igual.
Entonces, ya que estábamos al lado, y esperábamos a “Fulanito”, (pero ya nos íbamos, ¿eh?), para hacer tiempo, decidimos tomar algo en “La Negra Tomasa”, sitio cubano por excelencia. Cayeron unos mojitos. Hasta que no fui al baño no me di cuenta de que yo ya había estado en ese bar, cinco años atrás, y que perdí un avión por su culpa. Mola, mola el lugar, me falta ir a comer un día.
Después de eso, en la disyuntiva de si seguimos o nos vamos a nuestras casas, llamó otra amiga, que estaba muy cansada, que no salía, pero que tenía una botellita en su casa, que mejor nos pasáramos y organizáramos algo tranquilo, que ya no tenemos edad para otra cosa. Pues eso, le tomamos la palabra. Ideal. Y como buenas maruj@s, nos tragamos a Gema Ruiz (¿se llama así la ex de Álvarez Cascos?) en Dolce Vita contando sus amores y desamores. La destripamos. Esa mujer no ha podido resistir la mala energía que entre risas y desfases le hemos transmitido.

Y ahora, pues escribiendo un rato, y oye, qué listo mi ordenador, que ha cambiado la hora él solito. Sigo sin saber si se “gana” o se “pierde” la famosa hora, pero creo que me da igual.

Mis mejores deseos al que me lea.
Cancioncita recomendada: "Psycho killer" de los Talking Heads, pero os la vais a tener que buscar vosotros porque no estoy pa Odeo.


¡Dame un euro!

Volvía yo de casa de un amigo, a eso de las once de la noche, hoy domingo, cuando se me acerca un yonki, de éstos terminales, (la calle desierta, la noche ideal, como en la canción), y me dice que le dé un euro.
No llevaba bolso porque sólo iba a salir un momento, que se prolongó por un imprevisto. Contenido de mis bolsillos:
Bolsillo izquierdo: dos monedas de diez céntimos y las llaves.
Bolsillo derecho: un billete de cincuenta euros (a la vuelta de casa de mi amigo pensaba comprar comida en la tienda de los chinos; recordad del post anterior que no tenía comida en la nevera).

Comienza el diálogo, y el regateo…
- No llevo nada, de verdad
- Sí llevas, dame un euro, todo esto muy agresivo, encarándome y acercándose mucho
Me empiezo a acojonar, me doy cuenta de que el tío está enmonado. Cuando digo que estaba terminal es terminal, chungo chungo, que no es por darle más emoción a la cosa.
Sopeso la situación, no quiero darle los cincuenta euros ni de coña, recuerdo una vez que me conseguí escaquear en un caso similar (Granada es muy buena escuela) e intento la misma estrategia, haciéndome la víctima pobre y colaboradora:
- De verdad que no, sólo llevo esto, sacando las dos monedas de diez céntimos y ofreciéndoselas. Ojalá hubiese llevado más suelto que eso, se lo hubiese dado, en este caso sin dudarlo, pero tuve la mala suerte de que la circunstancia fue así.
- Esto no lo quiero, sí tienes más, dámelo
- Que no, de verdad, que esto son las llaves, las saco y se las muestro.
- Que tienes más
- Que no, si es que he salido un momento de casa, no llevo nada
- Sí llevas, no, no te voy a hacer daño, pero sí llevas, lo de que no me iba a hacer daño me alivió bastante, la verdad, y me dio fuerzas para seguir con mi papel.
- Que no… y cojo y le doy la vuelta al bolsillo, con todo el morro
- Bueno, y se va refunfuñando algo.
El yonki, con su enlobamiento, no reparó en que tenía otro bolsillo, y no me lo podía creer.

Respiro aliviada, un poco nerviosa, y sigo calle abajo. Cuando llevo un tramo compruebo que no me sigue, que ha ido por otra calle y continúo andando, giro en la esquina y me meto en la tienda del chino.
Hago mi compra, toda feliz, y salgo con la bolsa en la mano. Y de pronto, oh sorpresa, me encuentro con el yonki de cara. Puse todos mis deseos en que desapareciera la bolsa de plástico, pero no ocurrió. Él la miró, yo la miré, y sí, esa bolsa no estaba cinco minutos antes.
- Ves como sí llevabas más
Ahí sí que me dio miedo. Estaba cabreadísimo, los ojos desencajados.
Glups, glups, glups.
Ahora llevaba en el bolsillo derecho veinticinco euros en billetes y una moneda de dos euros. Vuelta a empezar.
- Es que me fían en la tienda, no os podéis imaginar el descoloque que yo tenía.
- ¡No me lo creo!, normal, normal que no se lo creyera, ¿desde cuándo fían los chinos?, anda que yo también…
- Que no llevo nada, y vuelvo a sacar las monedas de diez céntimos, pero según las saco las vuelvo a guardar, eso ya lo habíamos vivido.
- No me lo creo, que sí llevas
- Que no…
- Como no me lo des ahora mismo todo te busco, eh, ¡te busco!
Ahí me acojoné, porque vivo muy cerca y sí que me lo podía volver a encontrar. Metí la mano en el bolsillo derecho, y palpé. Estuve tentada a darle los billetes, pero me tropecé con la moneda de dos euros, la agarré y la saqué con mucho cuidado de que no sobresalieran los billetes, todo con mucha naturalidad. Cuando el yonki vio la moneda, toda nuevecita y brillante, se le iluminó la cara, y aunque yo ya estaba dispuesta a darle todo el dinero si me insistía una sola vez más, pareció que se conformaba con eso, con lo que me relajé.
- Ves como sí llevabas
- Es que me debían dinero en la tienda…
Lo mejor es que va el tío y me dice:
- ¡Ah, perdona!
No sé por qué tuve que darle esa explicación, parecía que me sintiera incómoda porque me hubiera cogido en la mentira, pero en realidad yo sólo quería buen rollo con un yonki que me podía volver a encontrar cualquier otro día.
Se fue, mirando los dos euros en la mano, por la calle en dirección contraria a donde yo me dirigía. Esta vez sí que aceleré el paso y en más de una ocasión comprobé que no me seguía. Lo que me faltaba era que supiese dónde vivo.
Cuando llegué, alteradísima, le conté lo sucedido a mis compañeros de piso. Me dijeron que si me lo volvía a encontrar se lo dijese a ellos, que venían conmigo a hablar con él. Qué majos son. La verdad es que imponen, en especial uno de ellos, grande, barbudo, con pendientes y voz de ultratumba. Vamos, que si me vuelve a decir algo se lo mando.
También me aconsejaron que en esos casos hay que gritar, que entonces se van asustados, y lo apunto para otra vez, nunca se sabe cuándo ésa puede ser la mejor opción. Aunque, por ejemplo, la primera vez que me tropecé con él creo que no me hubiera escuchado nadie. La segunda supongo que sí, la verdad, pero no se me ocurrió.
En estos casos nunca se sabe cómo uno va a reaccionar y quizá he pecado de temeraria, pero ha salido así y ya está.



Mi semana

Pasan los días volando y yo me debato entre la culpabilidad por esta vida fácil y el afán de aprovechar hasta el último momento ante la expectativa del nuevo trabajo tras la Semana Santa.
El lunes, mismo día de mi vuelta de Bilbao, me reencontré con mi viejo amigo J., el que se había ido a Nueva Zelanda. Cenamos en Chueca y nos tomamos unas copas mientras me contaba aventuras y desventuras. ¡Qué de cosas!, me encantaría ir allí algún día, pero dice que es muy muy caro.
El martes fue el cumpleaños de Nay, chico encantador donde los haya. Lo celebró en “Las Horas”, un barecillo nuevo en la calle Magdalena que está muy bien, y después de eso nos fuimos a “La Lupe”. Al final quedamos “los de siempre”, que en todas partes los hay, así que me uní a mi grupo natural y, cómo no, cerramos Lavapiés.
El miércoles fui a la entrega de premios del notodofilmfest.com , festival de cortos celebrado en el Retiro, con barra libre al final, y también acabé a las mil.
El jueves no me podía mover.
El viernes estuve en casa de una amiga en las afueras de Madrid, ayudándola a pintar (¿quién me manda a mí hacer esas promesas?). En compensación, mi amiga cocinó una comida exquisita y baja en calorías (existe, existe). Al final me encontraba tan cansada que me tuve que quedar a dormir allí.
El sábado, es decir, anoche, recuperada, el grupo de “los de siempre”, decidido a ampliar horizontes y en un intento por agradarme, se desplazó hasta Recoletos, donde cerramos el “Fulanita de Tal”, bar bollero por excelencia. La noche acabó de día, con el incidente de una puerta atrancada porque se habían dejado la llave por dentro, y tras debates y pruebas con DNIs, tarjetas, radiografías y botellas de coca-cola cortadas, decidí dejarlos y retirarme.

Y hoy domingo me duele todo, el cuerpo, digo, el alma ni siente ni padece. Me ha despertado una llamada preguntándome si me apuntaba a tomar unas cañitas. Esta vez no. Luego me he arrepentido, tengo un hambre canina y no hay comida en la nevera. Es lo que tiene la vida disipada.
Con la media neurona atontada que me queda yo me pregunto: ¿tengo yo ya edad para esto? Y la otra media neurona me responde: no, hija, no.
Pero no sabemos qué nos depara el futuro y hay que aprovechar; además, creo que a mi estado anímico le viene bien este no pensar. Eso me dicen, que tengo que salir, y como veis yo me tomo las cosas muy a pecho.

Y eso es todo, amigos, siento que el post no sea lo más elaborado y sesudo del mundo, y limitarme al diario de mi vida personal, pero no doy para más, la verdad.

 

Mi viaje al País Vasco

Bueno, éste es el regalo que nos hemos hecho mi amiga y yo, para suavizar un poco las penas de los últimos meses: un viaje de seis días en coche por el País Vasco, sin ningún tipo de obligación, vacaciones que se llama, improvisadas y fuera de temporada, lo mejor. El alojamiento gratis: nos quedamos en una casa que la familia de mi amiga tiene desocupada en Bermeo. Además, un amigo común, guapísimo bilbaíno, nos ha acompañado en todo momento haciendo de guía impagable. Quizá hemos acabado más cansadas de lo esperado (se suponía que esto era de relax), pero ha merecido la pena.
Si algo tengo que destacar es el gran sentido del humor de mis acompañantes, que han hecho que lo que más ha abundado en este viaje hayan sido las risas, junto con esa manera de disfrutar de la vida que tienen y que tanto coincide con la mía propia.
Además, he recordado lo que me gusta conducir cuando es por auténtico placer y la libertad que inspira.
Qué gozada de viaje, acaba de pasar por derecho propio a mi lista de los mejores que he realizado.

 

Día 1: miércoles, 7 de marzo de 2007
Siguiendo mi incorregible costumbre, hago la maleta con tan sólo una hora de antelación. Evito los detalles estresantes. Se suponía que debíamos estar en el coche a las diez, recoger las llaves de la casa donde nos íbamos a quedar y continuar hasta Bilbao. Culpa de las dos, salimos sobre las once y pico, pero sonrientes.
Sabíamos por las predicciones meteorológicas que buen, buen tiempo no nos iba a hacer. Lo que no esperábamos, a la altura de Somo… ¿saguas? ¿sierra? (nunca me acuerdo del nombre de este puerto), es que nos íbamos a encontrar con ESO. Todas las variedades climatológicas que no estoy acostumbrada a ver: aguanieve, seguida de nieve y de granizo. Temporal, con todas sus letras. La niebla siempre presente. Jeje, risilla floja.
Para nuestra sorpresa, según avanzamos, el tiempo mejora, pero cuando entramos en el País Vasco vuelve a empeorar. Llueve de una manera considerable, de ésa en que con tan sólo unos segundos de exposición ya estás empapada.
Llegamos a Bilbao a las tres y pico. Nuestro amigo nos esperaba cerca de la Iglesia de San Nicolás. Dejamos los coches en el parking y nos fuimos directos a por una cañita, que nos la merecíamos. Seguía lloviendo. Risas, puesta en común, risas. Otra cañita, ellos se pasan a algo más fuerte, yo tengo que conducir todavía. Nos movemos a un bar de la modernidad bilbaína, ¡cuánta anoréxica!, en serio, exagerado. Pero Bilbao nos gusta.
A las ocho y pico, decidimos reanudar nuestro viaje. ¡Qué viento al volver al parking! Nos volábamos y eso, unido a las copas de más, provocaba aún más risa, parecía increíble.
Nos dirigimos a Bermeo, nos equivocamos y tiramos por la carretera de la montaña. No me importó. Incluso de noche, todo el paisaje, las carreteras sinuosas y la humedad en el ambiente, me recordaban inevitablemente a mi querido Gales. Cuando llegamos, a eso de las diez, muertos de hambre, decidimos tomarnos algo en una taberna: unos txacolís y unos pinchos. Después de eso nos retiramos, no dábamos para más.

Día 2: jueves, 8 de marzo 2007
Nos levantamos cuando nos pareció, es decir, tarde.
Mi amiga me despertó a eso de las doce, eufórica, anunciándome que había salido el sol y que debíamos aprovecharlo. Nos vestimos rápidamente y salimos a pasear por el pueblo, que por cierto es precioso. Está en la costa, pesquero, auténtico, rodeado de colinas verdes. Los bermeanos son conocidos en la región por ser muy suyos, y fama especial tienen las bermeanas, auténticas administradoras de las economías familiares debido a las largas ausencias de los maridos cuando se hacían a la mar, por lo que se puede decir que en el pueblo siempre ha imperado un auténtico matriarcado.
Visitamos la iglesia, la misa era en euskera, un hecho curioso para alguien de tan lejos como yo. Paseamos por el muelle, con la pequeña isla de Ízaro al fondo, y mi amiga, que es oriunda del lugar, me contó algunas de las leyendas que la rodean. Hacía muchísimo viento y era hipnótico contemplar las olas romper con esa violencia. Tras el mágico momento comenzó a llover de nuevo, por lo que corrimos a refugiarnos en un bar.
Cuando la lluvia cesó fuimos en coche al cementerio, que es impresionante, situado sobre un acantilado con vistas imposibles y cuajado de panteones familiares con esos nombres vascos largos y enrevesados de pronunciar. Ya en el coche, decidimos continuar hasta Mundaka y fue una decisión más que acertada. El verde no dejaba ni un resquicio y, a pesar de los días de mal tiempo, el mar tenía unos tonos azules verdosos tan bonitos que era todo de cuento. Mundaka es un lugar idílico, con una ría acabada en una playa infinita de arena clara rodeada por acantilados. Tomamos unas cervezas y unos txacolís, junto con unos pinchos, en un bar que da al pequeño puerto, y más agradable no podía ser, hasta la música, suave y electrónica, acompañaba. Luego paseamos un poco y nos tumbamos sobre la hierba aprovechando unos rayos del sol que había vuelto a salir. Al subir al coche nos atrapó la voz de Brian Ferry cantando “More than this”, por lo que decidimos posponer un rato la siesta y continuar el viaje hasta Bakio.

 

 

Playa de Laga, Mundaka

La carretera que lleva hasta este lugar desde Bermeo discurre paralela al mar, a gran altura y rodeada de árboles, con muchas curvas que obligan a ir a poca velocidad, lo que favorece la contemplación de un paisaje que hace que estés más cerca del cielo de lo habitual. En Bakio, animada por tanto disfrute, metí el 4x4 por la arena de la playa del pueblo y así recorrimos toda la orilla.
A la vuelta, paramos en Eneperi, un alto con un mirador que dispone de bar y restaurante y tiene vistas a otra pequeña isla. El tiempo seguía acompañando y todo era perfecto.
A las seis y media llegamos a casa, dormimos una siesta corta y nos vestimos para salir por Bilbao. Elegimos el jueves para esto porque es el día ideal, los sitios buenos no están colapsados de gente y se puede bailar a gusto.
Estábamos cansadas y la noche empezó sin mucho entusiasmo, casi nos amuermamos, sentados, charlando sobre nuestras familias mientras tomábamos unos pinchos, pero no, la cosa fue subiendo y acabó siendo una gran noche.
Estuvimos en varios locales, la mayoría del ambiente gay bilbaíno, y acabamos en el Badulake, sitio que sospecho reúne a lo peor de cada casa. Bajo el sonido de la que nombramos “dj heterogénea”, bailamos lo que no os podéis imaginar (mi amiga se hizo la reina de la pista) y no paramos de conocer a unos y a otros. Así hasta las mil.

Día 3: viernes, 9 de marzo 2007

Wo, wo, wo

Después de una estupenda comida en un sitio en condiciones, finalizada con pacharanes y sorbetes de limón, volvimos a casa, nos fumamos un porro (menos mi amiga, que no fuma) y pusimos un dvd que encontramos por el salón con “Los mejores momentos de Vaya Semanita” o algo así, muy apropiado.

[Decido dedicar parte del efecto del porro a mi ordenador nuevo, que para eso lo he traído. Sabía que hacía bien trayéndolo (en ese momento escribí algunas de las líneas de este post).
Qué vieja sensación conocida…
He fumado, bebido y la dieta ha sucumbido ante pinchos y alcoholes. No hay dolor.
Se abre un brecha, los recuerdos ocupan demasiado, la recompongo. Pienso pasarlo bien estos días.]


La vida fácil, de nuevo.
Pasamos la tarde durmiendo, y nos fuimos a dormir temprano. A la mañana siguiente nos esperaba una larga lista de lugares vascos por visitar.

Día 4: sábado, 10 de marzo 2007

Nos despertamos a una hora prudencial (sobre las diez y media) y, tras desayunar en un bar del pueblo, hicimos unas compras logísticas y subimos al coche, dispuestos a que no se nos escapara ni una playa. Hizo un día fresco, pero soleado y sin viento. Visitamos las playas de Laida y Laga, que resultaron ser absolutamente espectaculares, al nivel de las de Mónsul y las de Cádiz .

 

 

Playa de Laida

En las cercanías del Valle de Oma hicimos un alto espontáneo en el camino que lleva al Bosque Pintado. Para llegar al mismo, un cartel indicaba dos horas y media de caminata, así que ni de coña, pasando, pero el punto de partida en sí mismo es un paraje precioso, con cuevas y un valle de ensueño. Allí había un bar solitario situado en una casa de trescientos años con vistas al valle. Paramos y nos tomamos un mosto, porque el sitio lo merecía.
Felices por el inesperado descubrimiento, continuamos el camino hasta Elantxobe, pequeño pueblo escarpado que acaba en el mar. Me contaron que antiguamente era casi imposible acceder a él por carretera, casi todo el mundo lo hacía en barco. Las vistas continuaban siendo deslumbrantes aunque las retinas se empezaran a acostumbrar. Paseamos lentamente por el muelle, el mar estaba bastante tranquilo, pero por un capricho de la orografía había un punto del acantilado donde la ola golpeaba con más violencia de lo habitual y le daba al paisaje un toque de encanto. Perezosos, nos encaminamos a un bar de la parte baja, en lo que ya parecía la ruta del txacolí.

 

 

Elantxobe

Esta época del año es ideal para viajar, un poco pronto quizá, pero no hay ni rastro de esas molestas hordas de turistas veraniegos. En la zona en que nos movimos, las carreteras son estrechas y tienen curvas; sin embargo, el ir despacio es más un placer que un inconveniente, sobre todo en los kilómetros, muchos, que transcurren paralelos al mar, y que casi siempre vienen rodeados por infinitos prados verdes o bosques de árboles centenarios.
Comimos en el puerto de Lekeitio, continuamos por la costa vizcaína hasta Ondarroa, y volvimos a Bermeo por las carreteras del interior. A última hora se me quedaron sopa, pero yo disfruté como una enana conduciendo por esas carreteras con mi música tranquilita de fondo.
Llegamos por la tarde noche y descansamos. No sé sabe cómo, sin decir nada, nos fuimos haciendo los remolones y al final no salimos, nos fumamos un porro poco cargado, vimos un Dvd (“Buena Vista Social Club”, sobre el que mi amiga refunfuñaba constantemente -música de Batista, música de Batista...- pero que vimos hasta el final) y algo en la tele, pero como no nos gustaba nos fuimos a dormir. Estábamos cansados, la verdad.

Día 5: domingo, 11 de marzo de 2007
Nos levantamos a la misma hora prudencial del día anterior. Hacía un sol respetable y desayunamos tranquilamente en una terraza del gran parque que ocupa el centro de Bermeo, leyendo la prensa y analizando las dichosas manifestaciones precisamente desde un lugar que hacía que la perspectiva fuera más clara que nunca.
Recogimos a una amiga y al coche. En esta ocasión decidimos desplazarnos un poco más lejos. Tomamos la autopista y fuimos hasta Astigarraga, un pequeño pueblo de interior muy cercano a Donosti. Allí comimos en una sidrería enorme de las de platos comunes, chuletón de cuatro dedos de grosor y sidra toda la que quieras. La tortilla de bacalao estaba deliciosa, duró un suspiro en el plato. Qué bueno es ir los sitios con gente que sabe.
Visto el buen tiempo que hacía decidimos ir a tomar el café a Hondarribia, que es un pueblo costero de postal que está al lado de la frontera con Francia. Tan sólo el casco viejo, medieval, merece el paseo. Empleamos la tarde callejeando y deteniéndonos de vez en cuando a tomar algo.

 

 

casco viejo de Hondarribia

Después de tanta ruta teníamos los cds del coche más que oídos y tardamos en encontrar una emisora de radio en condiciones (los domingos ya se sabe), pero lo conseguimos y mereció la pena. Hicimos un viaje de vuelta de lo más agradable, directo por autopista esta vez.
Llegamos bien entrada la noche y un poco cansados, por lo que decidimos dar por finalizada nuestra estancia en tierras vascas y retirarnos a dormir.

Día 6: lunes, 12 de marzo 2007
Nos levantamos temprano, limpiamos la casa y subimos al coche, con una mezcla de nostalgia por el tiempo vivido y de horror ante la vuelta a las obligaciones que implican Madrid y nuestras vidas en general, aunque con una sonrisa en la cara y la certeza de que estos días ya no nos los quita nadie.

 

Más fotos

:)

¡Por fin! Esta tarde me he comprado un precioso nuevo portátil, un MacBook .

 

Es incluso mejor de lo que imaginaba, aunque aún estoy habituándome al nuevo sistema y al teclado. Llevo con una sonrisa perenne desde las cinco de la tarde. Además, mi compi de piso se ha portado genial y me ha instalado todas las aplicaciones imaginables, aunque traía un montón ya instaladas.

Ay, no quepo en mí de gozo.

La verdad es que, entre unas cosas y otras, ya son más de las dos de la mañana y no estoy muy lúcida para escribir nada medianamente coherente, pero como prometí escribir en cuanto tuviera ordenador nuevo, pues lo hago.

Mañana tengo un millón de cosas que hacer: un cumpleaños, comprar el regalo, hacer la maleta, esperar a los de la bombona, recoger un paquete... Si encuentro un huequecillo escribiré algo, porque tengo muchas cosas por decir. Qué pena que justo ahora me tenga que ir de viaje, ¡cachis!

No es por nada, pero me pienso llevar el ordenador al viaje, llamadme loca o lo que queráis, pienso disfrutar de los paisajes como la que más, pero mi ordenador viene conmigo. Seguramente no habrá cobertura de ninguna red gratuita, ni nada, pero yo me lo llevo.

[El ordenador viejo sigue secuestrado; no comment, no amarguemos el momento].


Por fin, un ratito.

Por fin, un ratito de descanso y un ordenador para mí sola.

Para empezar, mi ordenador sigue secuestrado, como dice Brixta.

Hoy he estado mirando ordenadores en la FNAC, modos de financiación y demás. Creo que dentro de poco habrá ordenador nuevo, estoy entre dos... me lo estoy pensando. Mañana lo decido, si es que sí tendréis noticias mías.

Estoy agotada, han sido unos días de no parar, organizando la nueva vida que me ha impuesto el destino y sobre la que yo he tenido poco margen de actuación. Vale, también me podía haber ido a la India a ayudar a los pobres, no os creáis, que lo he pensado -eso siempre lo pienso cuando estoy en las últimas-, pero iba a ser peor el remedio que la enfermedad y no me apetecía separme de la gente que quiero, así que aquí estoy.

Siempre es más duro para el que se queda que para el que se va, de eso no me cabe duda, aunque en cierta forma yo también me he ido, puesto que he cambiado de ciudad (huida hacia delante), pero sólo eso. Ha sido un cúmulo de sensaciones, dolorosas en su mayoría: la perplejidad ante lo inesperado, no poder evitar ver el mundo bajo los ojos de la desconfianza y, sobre todo, sospechar que esa percepción ya nunca cambiará. No ha sido fácil enfrentarme a la mudanza (me quedé con la casa común, un regalo envenenado), a los recuerdos, al cambio impuesto de hogar (imposible llevar a término mi sueño de arraigarme), a tener que sacar energía e ilusión de donde no las hay, pero ya está hecho.

Me he quitado un gran peso de encima, y por fin empiezo a creer a los que me dicen que es lo mejor que me podía haber pasado y que a veces los cambios son para mejor.

Sigo con mi vida sana, sin fumar y adelgazando, no una cosa espectacular, porque tampoco me martirizo, pero no está nada mal.

Vivo en Madrid, en Lavapiés, en todo el meollo, que me mola. Empiezo a hacer amigos, en este sentido no tengo queja, me estoy integrando más rápidamente de lo que nunca pensé. También consolido los antiguos. Mi amigo J. por fin ha vuelto de su viaje a Nueva Zelanda, y todavía mejor. (Se fue en autocaravana con cinco amigos durante un mes por Nueva Zelanda, una pasada de viaje -bosques, rafting, glaciares desde helicóptero, pinguinos, playa...-, qué envidia).

Comparto piso con dos chicos, pareja, y estoy bastante contenta en este sentido. Me apetecía poner un toque masculino en mi vida. Aunque son pareja no son en absoluto empalagosos (cosa que les agradezco, especialmente en este momento de mi vida). Son muy simpáticos e inteligentes. Las noches viendo la tele antes de dormir son una risa y, sin conocerme de antes, me cuidan bastante. Podría hablar mucho más de ellos, pero casi mejor lo dejo para otro post, si no me voy a extender demasiado. [También me gustaría hablar largo y tendido sobre las mudanzas. Próximamente en sus pantallas (de ordenador)].

De pronto tengo una nueva "familia" alrededor que antes nunca imaginé. Me dicen hacen dos meses que esto iba a ser así y no me lo creo. Me ha dado un vuelco la vida bestial. Pero estoy optimista, superando el bache, intentando pasarlo bien y aprendiendo mucho, tanto del exterior como del interior.

Ah, se me olvidaba, y para descansar y recuperarme, me ha invitado una amiga a pasar unos días la próxima semana en un sitio del País Vasco supuestamente muy bonito cuyo nombre ahora mismo no recuerdo pero que está cerca de Bilbao (los Altos de NoSéQué). Me voy a llevar el coche para hacer rutillas y tenemos allí un amigo común que ha prometido acompañarnos a los sitios más interesantes, así que estoy bastante ilusionadilla con el viaje, promete muchísimo. Ya os contaré Guiño.

Empiezo, tímidamente, a paladear mi olvidada independencia, y me gusta.

 

Siempre me gustó.Sonriente

 

Por ahora

Incredible: Pues me han dicho los de la tienda de reparación de ordenadores que la semana que viene me llamarán para decirme cuándo puedo ir a recoger el ordenador. Fecha de entrada: 15 de enero 2007. Manda...

Parece que ha habido algún tipo de error que nunca antes había sucedido y se han perdido posts y comments. Lo siento, me he quedado disgustada cuando lo he descubierto, pero creo que no puedo hacer nada para solucionarlo.

Dentro de poco volveré a mi rutina de publicación de posts y lectura de blogs, pero por ahora no tengo acceso regular a ningún ordenador. A los que me han escrito, pronto les responderé con calma, que así, a salto de mata, no me gusta.

Me acabo de mudar a una casa nueva. Con compañeros de piso. Pronto haré la crónica. Cómo avance os diré que estoy muy contenta. Hay wifi en la casa, y va a mucha velocidad. Qué bien, aunque sin ordenador de poco me sirve Llorando

Ay, echo de menos mi ordenador. Aunque una temporadita de desintoxicación nunca viene mal, ya está bien.

NUEVA ETAPA

Habréis observado que he estado bastante ausente estos días de navidad, reyes y el último mes en general.

 


 

 

Mi vida ha cambiado mucho, ya lo intuía y terminó por confirmarse.

 

Ahora no fumo (llevo 15 días), sigo una dieta con la que he adelgazado cuatro kilos (y los que quedan), vivo en otra ciudad y estoy soltera de nuevo.

 

La gente que sabe más que yo opina que es lo mejor que me podía haber pasado y seguramente tengan razón.

 

He descubierto que con las relaciones se aprende con el tiempo. Cada nueva ruptura es menos dolorosa, igual de profunda, pero aprendemos a manejar los sentimientos mejor. Son técnicas que se aprenden.

 

Pensé en vengarme, de hecho tenía preparada y a punto la mayor venganza jamás planeada, pero me eché atrás en el último momento. Dicen que las venganzas a la larga se vuelven contra una, pero no fue ésa la razón por la que deseché la idea, fue porque ni siquiera me merece la pena el esfuerzo; el tiempo se encargará de tod@s nosotr@s.

 

Intento ser feliz con mi día a día, construir sobre una base que ha quedado desnuda y lista para que el arquitecto, que soy yo, plasme lo que desee. En ello estoy, con optimismo y sin precipitación.

 

Lo de no fumar me cuesta trabajo, todos los días tengo dos o tres momentos en los que se hace duro, pero es interesante esta batalla conmigo misma que nunca había librado en profundidad.

Pensé en dejar el blog, pero luego recapacité: si es una actividad que me agrada, ¿por qué dejarla? Es de las pocas cosas que pienso conservar de mi pasado; eso sí, le voy dedicar menos tiempo que el que solía.

 

Y nada más, me alegro de que todos sigáis por ahí.