¡Dame un euro!
Volvía yo de casa de un amigo, a eso de las once de la noche, hoy domingo, cuando se me acerca un yonki, de éstos terminales, (la calle desierta, la noche ideal, como en la canción), y me dice que le dé un euro.
No llevaba bolso porque sólo iba a salir un momento, que se prolongó por un imprevisto. Contenido de mis bolsillos:
Bolsillo izquierdo: dos monedas de diez céntimos y las llaves.
Bolsillo derecho: un billete de cincuenta euros (a la vuelta de casa de mi amigo pensaba comprar comida en la tienda de los chinos; recordad del post anterior que no tenía comida en la nevera).
Comienza el diálogo, y el regateo…
- No llevo nada, de verdad
- Sí llevas, dame un euro, todo esto muy agresivo, encarándome y acercándose mucho
Me empiezo a acojonar, me doy cuenta de que el tío está enmonado. Cuando digo que estaba terminal es terminal, chungo chungo, que no es por darle más emoción a la cosa.
Sopeso la situación, no quiero darle los cincuenta euros ni de coña, recuerdo una vez que me conseguí escaquear en un caso similar (Granada es muy buena escuela) e intento la misma estrategia, haciéndome la víctima pobre y colaboradora:
- De verdad que no, sólo llevo esto, sacando las dos monedas de diez céntimos y ofreciéndoselas. Ojalá hubiese llevado más suelto que eso, se lo hubiese dado, en este caso sin dudarlo, pero tuve la mala suerte de que la circunstancia fue así.
- Esto no lo quiero, sí tienes más, dámelo
- Que no, de verdad, que esto son las llaves, las saco y se las muestro.
- Que tienes más
- Que no, si es que he salido un momento de casa, no llevo nada
- Sí llevas, no, no te voy a hacer daño, pero sí llevas, lo de que no me iba a hacer daño me alivió bastante, la verdad, y me dio fuerzas para seguir con mi papel.
- Que no… y cojo y le doy la vuelta al bolsillo, con todo el morro
- Bueno, y se va refunfuñando algo.
El yonki, con su enlobamiento, no reparó en que tenía otro bolsillo, y no me lo podía creer.
Respiro aliviada, un poco nerviosa, y sigo calle abajo. Cuando llevo un tramo compruebo que no me sigue, que ha ido por otra calle y continúo andando, giro en la esquina y me meto en la tienda del chino.
Hago mi compra, toda feliz, y salgo con la bolsa en la mano. Y de pronto, oh sorpresa, me encuentro con el yonki de cara. Puse todos mis deseos en que desapareciera la bolsa de plástico, pero no ocurrió. Él la miró, yo la miré, y sí, esa bolsa no estaba cinco minutos antes.
- Ves como sí llevabas más
Ahí sí que me dio miedo. Estaba cabreadísimo, los ojos desencajados.
Glups, glups, glups.
Ahora llevaba en el bolsillo derecho veinticinco euros en billetes y una moneda de dos euros. Vuelta a empezar.
- Es que me fían en la tienda, no os podéis imaginar el descoloque que yo tenía.
- ¡No me lo creo!, normal, normal que no se lo creyera, ¿desde cuándo fían los chinos?, anda que yo también…
- Que no llevo nada, y vuelvo a sacar las monedas de diez céntimos, pero según las saco las vuelvo a guardar, eso ya lo habíamos vivido.
- No me lo creo, que sí llevas
- Que no…
- Como no me lo des ahora mismo todo te busco, eh, ¡te busco!
Ahí me acojoné, porque vivo muy cerca y sí que me lo podía volver a encontrar. Metí la mano en el bolsillo derecho, y palpé. Estuve tentada a darle los billetes, pero me tropecé con la moneda de dos euros, la agarré y la saqué con mucho cuidado de que no sobresalieran los billetes, todo con mucha naturalidad. Cuando el yonki vio la moneda, toda nuevecita y brillante, se le iluminó la cara, y aunque yo ya estaba dispuesta a darle todo el dinero si me insistía una sola vez más, pareció que se conformaba con eso, con lo que me relajé.
- Ves como sí llevabas
- Es que me debían dinero en la tienda…
Lo mejor es que va el tío y me dice:
- ¡Ah, perdona!
No sé por qué tuve que darle esa explicación, parecía que me sintiera incómoda porque me hubiera cogido en la mentira, pero en realidad yo sólo quería buen rollo con un yonki que me podía volver a encontrar cualquier otro día.
Se fue, mirando los dos euros en la mano, por la calle en dirección contraria a donde yo me dirigía. Esta vez sí que aceleré el paso y en más de una ocasión comprobé que no me seguía. Lo que me faltaba era que supiese dónde vivo.
Cuando llegué, alteradísima, le conté lo sucedido a mis compañeros de piso. Me dijeron que si me lo volvía a encontrar se lo dijese a ellos, que venían conmigo a hablar con él. Qué majos son. La verdad es que imponen, en especial uno de ellos, grande, barbudo, con pendientes y voz de ultratumba. Vamos, que si me vuelve a decir algo se lo mando.
También me aconsejaron que en esos casos hay que gritar, que entonces se van asustados, y lo apunto para otra vez, nunca se sabe cuándo ésa puede ser la mejor opción. Aunque, por ejemplo, la primera vez que me tropecé con él creo que no me hubiera escuchado nadie. La segunda supongo que sí, la verdad, pero no se me ocurrió.
En estos casos nunca se sabe cómo uno va a reaccionar y quizá he pecado de temeraria, pero ha salido así y ya está.
No llevaba bolso porque sólo iba a salir un momento, que se prolongó por un imprevisto. Contenido de mis bolsillos:
Bolsillo izquierdo: dos monedas de diez céntimos y las llaves.
Bolsillo derecho: un billete de cincuenta euros (a la vuelta de casa de mi amigo pensaba comprar comida en la tienda de los chinos; recordad del post anterior que no tenía comida en la nevera).
Comienza el diálogo, y el regateo…
- No llevo nada, de verdad
- Sí llevas, dame un euro, todo esto muy agresivo, encarándome y acercándose mucho
Me empiezo a acojonar, me doy cuenta de que el tío está enmonado. Cuando digo que estaba terminal es terminal, chungo chungo, que no es por darle más emoción a la cosa.
Sopeso la situación, no quiero darle los cincuenta euros ni de coña, recuerdo una vez que me conseguí escaquear en un caso similar (Granada es muy buena escuela) e intento la misma estrategia, haciéndome la víctima pobre y colaboradora:
- De verdad que no, sólo llevo esto, sacando las dos monedas de diez céntimos y ofreciéndoselas. Ojalá hubiese llevado más suelto que eso, se lo hubiese dado, en este caso sin dudarlo, pero tuve la mala suerte de que la circunstancia fue así.
- Esto no lo quiero, sí tienes más, dámelo
- Que no, de verdad, que esto son las llaves, las saco y se las muestro.
- Que tienes más
- Que no, si es que he salido un momento de casa, no llevo nada
- Sí llevas, no, no te voy a hacer daño, pero sí llevas, lo de que no me iba a hacer daño me alivió bastante, la verdad, y me dio fuerzas para seguir con mi papel.
- Que no… y cojo y le doy la vuelta al bolsillo, con todo el morro
- Bueno, y se va refunfuñando algo.
El yonki, con su enlobamiento, no reparó en que tenía otro bolsillo, y no me lo podía creer.
Respiro aliviada, un poco nerviosa, y sigo calle abajo. Cuando llevo un tramo compruebo que no me sigue, que ha ido por otra calle y continúo andando, giro en la esquina y me meto en la tienda del chino.
Hago mi compra, toda feliz, y salgo con la bolsa en la mano. Y de pronto, oh sorpresa, me encuentro con el yonki de cara. Puse todos mis deseos en que desapareciera la bolsa de plástico, pero no ocurrió. Él la miró, yo la miré, y sí, esa bolsa no estaba cinco minutos antes.
- Ves como sí llevabas más
Ahí sí que me dio miedo. Estaba cabreadísimo, los ojos desencajados.
Glups, glups, glups.
Ahora llevaba en el bolsillo derecho veinticinco euros en billetes y una moneda de dos euros. Vuelta a empezar.
- Es que me fían en la tienda, no os podéis imaginar el descoloque que yo tenía.
- ¡No me lo creo!, normal, normal que no se lo creyera, ¿desde cuándo fían los chinos?, anda que yo también…
- Que no llevo nada, y vuelvo a sacar las monedas de diez céntimos, pero según las saco las vuelvo a guardar, eso ya lo habíamos vivido.
- No me lo creo, que sí llevas
- Que no…
- Como no me lo des ahora mismo todo te busco, eh, ¡te busco!
Ahí me acojoné, porque vivo muy cerca y sí que me lo podía volver a encontrar. Metí la mano en el bolsillo derecho, y palpé. Estuve tentada a darle los billetes, pero me tropecé con la moneda de dos euros, la agarré y la saqué con mucho cuidado de que no sobresalieran los billetes, todo con mucha naturalidad. Cuando el yonki vio la moneda, toda nuevecita y brillante, se le iluminó la cara, y aunque yo ya estaba dispuesta a darle todo el dinero si me insistía una sola vez más, pareció que se conformaba con eso, con lo que me relajé.
- Ves como sí llevabas
- Es que me debían dinero en la tienda…
Lo mejor es que va el tío y me dice:
- ¡Ah, perdona!
No sé por qué tuve que darle esa explicación, parecía que me sintiera incómoda porque me hubiera cogido en la mentira, pero en realidad yo sólo quería buen rollo con un yonki que me podía volver a encontrar cualquier otro día.
Se fue, mirando los dos euros en la mano, por la calle en dirección contraria a donde yo me dirigía. Esta vez sí que aceleré el paso y en más de una ocasión comprobé que no me seguía. Lo que me faltaba era que supiese dónde vivo.
Cuando llegué, alteradísima, le conté lo sucedido a mis compañeros de piso. Me dijeron que si me lo volvía a encontrar se lo dijese a ellos, que venían conmigo a hablar con él. Qué majos son. La verdad es que imponen, en especial uno de ellos, grande, barbudo, con pendientes y voz de ultratumba. Vamos, que si me vuelve a decir algo se lo mando.
También me aconsejaron que en esos casos hay que gritar, que entonces se van asustados, y lo apunto para otra vez, nunca se sabe cuándo ésa puede ser la mejor opción. Aunque, por ejemplo, la primera vez que me tropecé con él creo que no me hubiera escuchado nadie. La segunda supongo que sí, la verdad, pero no se me ocurrió.
En estos casos nunca se sabe cómo uno va a reaccionar y quizá he pecado de temeraria, pero ha salido así y ya está.
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