¿Racismo? II, La otra cara
Sobre si los inmigrantes son racistas.
Mi respuesta de antemano: los habrá que sí y los habrá que no, como todo.
A raíz de mi anterior post, estos últimos días yo misma he sacado el tema del racismo con diversas personas, para saber su opinión.
Son interesantes las opiniones a la contra, es decir, la que tenemos sobre el punto de vista de los inmigrantes o personas de otras etnias que se dedican a señalar su propia diferencia, y me he dado cuenta de que suele ser la chispa que prende la mecha, sólo nos hace falta la mínima para que saltemos como gatos escaldados, quizá con razón, quizá no.
Es difícil ponerse en el otro lugar.
Yo sólo una vez me sentí de manera ligeramente parecida a como se podría sentir un inmigrante aquí. Fue en Bélgica, una historia muy larga, sin papeles, sin dinero, y recuerdo que no fue nada nada agradable y que hubo un breve instante en que sentí odio por todos los hablantes de flamenco. De todas formas, no creo que sea suficiente como para ponerme en el pellejo de ellos.
Yo quería referirme a situaciones más triviales.
¿Es ser racista incidir en los episodios en los que personas de otras etnias han remarcado su condición ellos mismos? ¿Es observación y comentario o es excusa para defender tu propio racismo?
A. estaba en el Carrefour. Casi todas las cajeras son sudamericanas. A. estaba en la cola y delante de él había un tipo con el carro hasta los topes. A. la flipa cuando el tipo pasa por caja sólo cuatro o cinco productos y cuela el resto del carro sin pagar (evidentemente estaba compinchado con la cajera para robar esos productos), pero A. se calla, por prudencia. Cuando a A. le toca el turno, la cajera, en tono inquisitorial, le espeta: “¿Qué llevas ahí?, ¿qué llevas ahí?”, como si A. estuviera robando. Y A., que no llevaba nada, indignado, llama a la cajera “descarada” por haber mirado para otro lado con el tipo anterior y acusarlo a él falsamente. La cajera, más ofendida aún, le responde, a grito pelado, formando un gran escándalo, que “en su país ése era un insulto muy grave”, a lo que A. responde “que no está en su país, y que si va a otro país qué mínimo que aprenda las costumbres”. A. y la cajera acaban en trifulca que hace necesaria la intervención del guarda de seguridad y con A. jurando no volver a comprar en el Carrefour, que estaba lleno de latin kings.
M. fue a visitar a un amigo al hospital. Iban dos personas, pero según las normas sólo podía pasar una sola persona. El celador les pregunta dónde van, que sólo puede pasar una persona. En ese momento acababan de pasar diez gitanos (ya sabemos la costumbre de los gitanos de ir en masa a ver a sus enfermos –costumbre que no me parece nada mal, por cierto- y de lo que se “ofuscan” si no se les permite hacerlo, por lo que es de suponer que el celador, para evitar problemas, había hecho la vista gorda). M. le respondió al celador: “¿Y ésos?”. Le salta la gitana vieja: “Blablabla, ¡Racista!”, a lo que M. le responde: “Yo no he dicho que seáis gitanos, sino que sois diez”. Lo dejaron pasar, por si teníais curiosidad, pero M. se refiere a esta anécdota para recordar, quizá más de la cuenta, que los racistas son los otros.
Y más compleja y sutil es la historia de Analisa. Es brasileña, culta (licenciada en literatura) y le limpia la casa a mi madre.
Esto me lo contó mi hermana. A ella creo mucho no se la puede acusar de racista, su propio novio es colombiano, y vamos, que no lo es, aunque fuera el novio de Utrera. Creo que es interesante su opinión:
Dice, que en general (hablamos siempre en general…) los inmigrantes están acostumbrados a pagar por la vivienda un tanto por ciento de su sueldo muy inferior al que se paga en España (tampoco me extraña que les joda, lo que no es normal es lo de aquí). Dice que muchos se niegan a pagar más dinero de lo que consideran justo por una vivienda, aunque para ello tengan que vivir hacinados. (Están los que viven muchos juntos por necesidad e incluso los que son timados por sus propios compatriotas y pagan cantidades astronómicas por auténticos cuchitriles, y también sabemos que por ser inmigrantes tienen muchas más dificultades en poder alquilar un piso, lo sabemos, pero no se refiere a estos casos). Que gran parte de los que viven con más gente en una vivienda se podrían permitir vivir mejor, pero ellos eligen, por ejemplo, ahorrar para volver a su país (no hablamos de los que mantienen grandes familias en su país de origen, aunque incluso también de ellos) o simplemente no pagar ese exceso de precio. Yo le respondí que de acuerdo, pero que cada uno elige gastarse el dinero en lo que le da la gana, y que quizá ellos venían de países o de situaciones familiares en las que estaban más acostumbrados a vivir con más gente y no les molestaba tanto. Mi hermana dijo que claro, pero que luego se estaban quejando todo el día de que estaban hacinados porque eran inmigrantes, y que en general pobrecitos ellos que era inmigrantes.
Bueno, al menos éste es el caso de Analisa. Ella saca más de 2000 euros al mes limpiando cinco o seis casas, tiene un hijo, pero no tiene que mandar dinero a Brasil. Que sí, trabaja duro, pero como trabaja duro tanta gente. Paga 300 euros por las vivienda, 150 ella y 150 su hijo. Viven con seis personas más, y siempre se queja de no tiene intimidad en esa casa y que todos sus males son porque es inmigrante. Se queja, por ejemplo, de que Mustafa tiene que pasar por su habitación cada vez que va al baño (luego nos enteramos de que se acabó tirando al Mustafa, es lo que tiene el hacinamiento). Claramente se podría permitir vivir en una casa mejor, pero no lo hace porque no le da la gana.
Ella distingue siempre entre los que son inmigrantes y los que no los son. (“Pobrecito Joel, que es inmigrante, qué problemas tiene…”) Analisa es buena persona, a los inmigrantes siempre los va a visitar cuando están enfermos y cosas así. A mi hermana lo que le jode es que le tiene comida la cabeza a mi madre, y así le saca un montón de cosas, apelando al rollo de qué pena ella que es inmigrante. Te hace sentir mal. A mi hermana le jode también que a veces “presiona” para que le regalen cosas, y que una vez se lo das porque te apetece, comida que sabes que no te vas a poder comer antes de que se estropee o ropa que no te entra, pero dice que ya le insinúa que le regale cosas que ella no quiere darle, como una blusa que no le queda bien pero que mi hermana tiene la esperanza de ponerse algún día cuando adelgace.
Aún así, a pesar de estas cosas, Analisa nos cae bastante bien, y supongo que nosotros a ella, porque en su macrocumpleaños de tres días los únicos invitados que no eran inmigrantes eran mi hermana y mi madre.
Pero molesta su rollo victimista.
Mi respuesta de antemano: los habrá que sí y los habrá que no, como todo.
A raíz de mi anterior post, estos últimos días yo misma he sacado el tema del racismo con diversas personas, para saber su opinión.
Son interesantes las opiniones a la contra, es decir, la que tenemos sobre el punto de vista de los inmigrantes o personas de otras etnias que se dedican a señalar su propia diferencia, y me he dado cuenta de que suele ser la chispa que prende la mecha, sólo nos hace falta la mínima para que saltemos como gatos escaldados, quizá con razón, quizá no.
Es difícil ponerse en el otro lugar.
Yo sólo una vez me sentí de manera ligeramente parecida a como se podría sentir un inmigrante aquí. Fue en Bélgica, una historia muy larga, sin papeles, sin dinero, y recuerdo que no fue nada nada agradable y que hubo un breve instante en que sentí odio por todos los hablantes de flamenco. De todas formas, no creo que sea suficiente como para ponerme en el pellejo de ellos.
Yo quería referirme a situaciones más triviales.
¿Es ser racista incidir en los episodios en los que personas de otras etnias han remarcado su condición ellos mismos? ¿Es observación y comentario o es excusa para defender tu propio racismo?
A. estaba en el Carrefour. Casi todas las cajeras son sudamericanas. A. estaba en la cola y delante de él había un tipo con el carro hasta los topes. A. la flipa cuando el tipo pasa por caja sólo cuatro o cinco productos y cuela el resto del carro sin pagar (evidentemente estaba compinchado con la cajera para robar esos productos), pero A. se calla, por prudencia. Cuando a A. le toca el turno, la cajera, en tono inquisitorial, le espeta: “¿Qué llevas ahí?, ¿qué llevas ahí?”, como si A. estuviera robando. Y A., que no llevaba nada, indignado, llama a la cajera “descarada” por haber mirado para otro lado con el tipo anterior y acusarlo a él falsamente. La cajera, más ofendida aún, le responde, a grito pelado, formando un gran escándalo, que “en su país ése era un insulto muy grave”, a lo que A. responde “que no está en su país, y que si va a otro país qué mínimo que aprenda las costumbres”. A. y la cajera acaban en trifulca que hace necesaria la intervención del guarda de seguridad y con A. jurando no volver a comprar en el Carrefour, que estaba lleno de latin kings.
M. fue a visitar a un amigo al hospital. Iban dos personas, pero según las normas sólo podía pasar una sola persona. El celador les pregunta dónde van, que sólo puede pasar una persona. En ese momento acababan de pasar diez gitanos (ya sabemos la costumbre de los gitanos de ir en masa a ver a sus enfermos –costumbre que no me parece nada mal, por cierto- y de lo que se “ofuscan” si no se les permite hacerlo, por lo que es de suponer que el celador, para evitar problemas, había hecho la vista gorda). M. le respondió al celador: “¿Y ésos?”. Le salta la gitana vieja: “Blablabla, ¡Racista!”, a lo que M. le responde: “Yo no he dicho que seáis gitanos, sino que sois diez”. Lo dejaron pasar, por si teníais curiosidad, pero M. se refiere a esta anécdota para recordar, quizá más de la cuenta, que los racistas son los otros.
Y más compleja y sutil es la historia de Analisa. Es brasileña, culta (licenciada en literatura) y le limpia la casa a mi madre.
Esto me lo contó mi hermana. A ella creo mucho no se la puede acusar de racista, su propio novio es colombiano, y vamos, que no lo es, aunque fuera el novio de Utrera. Creo que es interesante su opinión:
Dice, que en general (hablamos siempre en general…) los inmigrantes están acostumbrados a pagar por la vivienda un tanto por ciento de su sueldo muy inferior al que se paga en España (tampoco me extraña que les joda, lo que no es normal es lo de aquí). Dice que muchos se niegan a pagar más dinero de lo que consideran justo por una vivienda, aunque para ello tengan que vivir hacinados. (Están los que viven muchos juntos por necesidad e incluso los que son timados por sus propios compatriotas y pagan cantidades astronómicas por auténticos cuchitriles, y también sabemos que por ser inmigrantes tienen muchas más dificultades en poder alquilar un piso, lo sabemos, pero no se refiere a estos casos). Que gran parte de los que viven con más gente en una vivienda se podrían permitir vivir mejor, pero ellos eligen, por ejemplo, ahorrar para volver a su país (no hablamos de los que mantienen grandes familias en su país de origen, aunque incluso también de ellos) o simplemente no pagar ese exceso de precio. Yo le respondí que de acuerdo, pero que cada uno elige gastarse el dinero en lo que le da la gana, y que quizá ellos venían de países o de situaciones familiares en las que estaban más acostumbrados a vivir con más gente y no les molestaba tanto. Mi hermana dijo que claro, pero que luego se estaban quejando todo el día de que estaban hacinados porque eran inmigrantes, y que en general pobrecitos ellos que era inmigrantes.
Bueno, al menos éste es el caso de Analisa. Ella saca más de 2000 euros al mes limpiando cinco o seis casas, tiene un hijo, pero no tiene que mandar dinero a Brasil. Que sí, trabaja duro, pero como trabaja duro tanta gente. Paga 300 euros por las vivienda, 150 ella y 150 su hijo. Viven con seis personas más, y siempre se queja de no tiene intimidad en esa casa y que todos sus males son porque es inmigrante. Se queja, por ejemplo, de que Mustafa tiene que pasar por su habitación cada vez que va al baño (luego nos enteramos de que se acabó tirando al Mustafa, es lo que tiene el hacinamiento). Claramente se podría permitir vivir en una casa mejor, pero no lo hace porque no le da la gana.
Ella distingue siempre entre los que son inmigrantes y los que no los son. (“Pobrecito Joel, que es inmigrante, qué problemas tiene…”) Analisa es buena persona, a los inmigrantes siempre los va a visitar cuando están enfermos y cosas así. A mi hermana lo que le jode es que le tiene comida la cabeza a mi madre, y así le saca un montón de cosas, apelando al rollo de qué pena ella que es inmigrante. Te hace sentir mal. A mi hermana le jode también que a veces “presiona” para que le regalen cosas, y que una vez se lo das porque te apetece, comida que sabes que no te vas a poder comer antes de que se estropee o ropa que no te entra, pero dice que ya le insinúa que le regale cosas que ella no quiere darle, como una blusa que no le queda bien pero que mi hermana tiene la esperanza de ponerse algún día cuando adelgace.
Aún así, a pesar de estas cosas, Analisa nos cae bastante bien, y supongo que nosotros a ella, porque en su macrocumpleaños de tres días los únicos invitados que no eran inmigrantes eran mi hermana y mi madre.
Pero molesta su rollo victimista.
6 comentarios
alex -
Iwi -
Mala, se me ha pegado lo de "En todas partes they boil beans" desde que te lo leí, y ahora me paso el día diciéndolo.
gurb -
Jodida lacra de la que no nos libramos ninguno (por ser portadores de él y por padecerlo.Todo al mismo tiempo). El amor es el antídoto.
De la Rae, antídoto:
(Del lat. antidŏtus, y este del gr. ἀντίδοτος).
1. m. Medicamento contra un veneno.
2. m. Medicina o sustancia que contrarresta los efectos nocivos de otra.
3. m. Medio preventivo para no incurrir en un vicio o falta.
Brixta -
Iwi -
malayerba -
Lo que sí me toca las narices de verdad es la gente que, ante un reproche, ya sea por estar escuchando reggaeton a las cuatro de la mañana a toda leche, o por ponerse a mear en la calle al lado de una puerta, te suelten que lo que a ti te pasa es que eres una racista de mierda.Eso me jode, mira.