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¿Racismo?

¿Racismo?
Ya sabéis que vivo en Lavapiés, “melting pot” donde los haya, encrucijada de “Cosmofobia”, el libro de Lucía Etxebarria.
A mí me parece que Lavapiés se distingue de otras zonas de Madrid porque no hay etnia o nacionalidad que sobresalga de las demás. No es, por ejemplo, el barrio de mi amigo J. (Gran Vía), donde la mayoría son sudamericanos. No, aquí, curiosamente, hay de todo, casi a partes iguales: sudamericanos, negros, chinos, magrebíes, libaneses, turcos, pakis, indios y de Bangladesh, todo mezclado con guiris curiosos, elementos “alternativos” y señoras “de toda la vida”. Bueno, nuestros mejores vecinos, de todo un bloque, con decenas de habitantes, son tailandeses.

Después de todo este preliminar, no os creáis que voy a contar nada espectacular, no, es una chorra-anécdota de lo más normal, sólo quería describir el escenario.

Ayer de mañana, empezó a sonar la alarma de un coche. Cada vez que pasaba un vehículo pesado, tipo camión, sonaba la alarma del coche, una ranchera blanca. Pii, piii, piiii, justo debajo de nuestro balcón. Al final creo que era del pintor que remodelaba el bar gallego de enfrente. A nosotros, que tenemos horario veraniego, es decir, que nos estamos levantando tarde (a eso de las once), directamente nos despertó la alarma. Se veía (oía) que el tío estaba cerca porque a veces desconectaba la alarma, suponemos que desde un mando, rápidamente, y otras tardaba un rato, y así, por deducción, sospechamos que estaba cerca. Continuó toda la mañana, hasta pasadas las tres de la tarde. Pii, piii, piiii, su puta madre.

¿El efecto sobre nuestro hogar? Ríete tú de “Un día de furia” (la de Michael Douglas, de un ejecutivo que se vuelve loco por el estrés y se dedica a disparar sobre el personal con una recortada). Se llama contaminación acústica y no está bien estudiado. Mira que aquí estamos acostumbrados al trasnoche público, por algo estamos pegando con “la zona cero” de marcha “lavapiesina”, pero esto nada que ver.

A las tres de la tarde, mis compañeros decidieron llamar al 112, que no al 092, ya que se supone que en la Comunidad de Madrid, desde febrero, todas las llamadas de emergencia, de mayor o menor importancia, están desviadas al 112.

Ja.

Tres veces llamaron, tres: “de eso no nos ocupamos nosotros”, “sí, desde el acuerdo de febrero”, “bueno, tomamos nota” (resumen, después de mucho tiempo). Al final, por algún medio rocambolesco, la policía municipal efectivamente fue informada.

No sé si al final le llamó la atención la municipal (no creo) o el susodicho se largó de la calle porque le tocaba, pero la cuestión es que acabó parando, aunque a esas alturas los nervios ya estaban disparados.

Que si el barrio se estaba poniendo fatal, que los vecinos eran unos guarros, alguien vomitó en la escalera, sacudían la alfombra sobre nuestro balcón, llegaba el agua desde no se sabe dónde, uno no tiraba la basura al contenedor sino que la dejaba en el portal, por no hablar del que tiraba la basura por el patio y nos caía al tejadillo, y otra, argentina (oh, desgracia), te cerraba la puerta del portal en las narices aunque fueses a pasar.

La verdad es que en “mi hogar” sucedió un incidente racista pero a la contraria (de una sudamericana, con una cierta posición de poder, ser racista hacia nosotros, demasiado largo y aburrido de contar aquí), y ése fue el detonante. Desde ahí un no parar. Muchas veces con razón, pero pasaron los límites.

Contra los llamados “perroflautas” es una aversión anormal. Una ex que tuve les tenía una tirria mortal, y tampoco lo entendía. Vale, que están por donde tú pasas, con su pringoso perro comido de pulgas y la mitad de las veces lo que tocan en la flauta es insufrible, y encima te exigen una limosna y, si les dices que no, te hacen sentir mala persona. Vale, no es el ideal de persona que me quiero tropezar por la calle, pero de ahí a ese odio asesino que trasciende la manía tampoco lo entiendo.

Y luego están los “payoponis”, también llamados “panchitos” o “guachupines”, es decir, sudamericanos. Así, desde fuera, es posible que sean los que peor se “integran”. ¿Por qué? Porque son tan parecidos a nosotros que ellos mismos no consideran que tengan que hacer ningún esfuerzo de integración. Es mi opinión. (Hay de todo, por supuesto, hablo de impresión general). Y así mantienen un “pequeño” Ecuador o Colombia aquí en Madrid.

Algún día hablaré de mi patio, mi telenovela particular cada vez que cocino o voy al baño. De todo hay. La vieja demente que acusa de intentar matarla a todos los de su familia todavía no me ha terminado de cansar, conserva su exotismo, pero las canciones melódicas en español coreadas por la troupe de jovencitas sudamericanas enamoradas y apavadas me revienta el tímpano.

Anoche, casi a la hora de irnos a dormir, a las mil, se acerca uno de mis compañeros de piso al balcón, a contemplar las fiestas del barrio, que largas son, y bueno, me tuvo que hacer gracia cuando exclamó: "¡¡¡¡un payoponi perroflauta!!!! ¡Ha sucedido el híbrido, mirad, mirad a ver! Existe, ¡ocurre!"
No me acerqué al balcón, porque ya estaba en la cama y sigo con el pie chungo, pero no pude sino reírme.

Así supongo que pasa todo. “Nos estamos volviendo un poco nazis”. Es broma, aquí no hay nazis, al fin y al cabo somos todos bolleras y maricones, y no, aunque no sea incompatible (¿cómo se llamaba del que estaba enamorada la Yourcenar, que era gay, y germanófilo cuando la Segunda Guerra Mundial?), pero mirado desde fuera puede llegar a entender el proceso, que no compartirlo.

Sí, en España hay muchos racistas, como racistas siempre ha habido en EEUU (nuestra imagen y semejanza), como el mundo éste en el que vivimos no es tan amable como me gustaría, nos gustaría, que fuera.

Miedo al futuro, igual que miedo al pasado.

La mezcla, el multiculturalismo, en ciertos sectores (modernos, entendemos), no es “cool”. No hablan de ello, y simplemente por lo mismo, no es “cool”. ¡Qué pesadez! “No queremos cutrerías. Dadme sushi y moda sueca, pero no me atormentéis con kebaps y desgracias de pateras”. Así está la cosa.

Una vez, hace mucho, leí en algún sitio que se había estudiado, por un programa de ordenador o algo así, qué surgiría de la mezcla de todos los tipos étnicos que existen actualmente sobre el planeta. La resulta fue que el aspecto general del ser humano, después de su interrelación a lo largo muchas generaciones, sería lo más parecido al tipo indio (de la India) de la actualidad. Tiene su lógica la cosa.

La verdad es que a mí los indios, las indias, siempre me parecieron de lo más atractivas.

4 comentarios

Iwi -

María, Malayerba, es rechazo al otro por desconocimiento más que nada, y negativa inconsciente a reconocer ese desconocimiento y ese miedo, creo yo.

malayerba -

Es que sí son -somos- racistas.Aunque busquen excusas (la clase, los ingresos, las costumbres);es rechazo al otro, nada más.

María -

Todos hemos tenido mil conversaciones con ese tema como base. Ultimamente los comentarios que más escuho son "no soy racista, soy clasista; no es el color, son las pintas"; o el de aquel que quiere excusarse ante un comentario ofensivo hacia los sudamericanos, y casualmente (cada vez más frecuente) entre los oyentes se encuentra un argentino o uruguayo, "cuando hablamos de sudacas no nos referimos a uds; sois como nosotros". Entonces, ¿es el color?, ¿las pintas?, ¿el acento?. Yo sólo sé que llevo una semana en Galicia y aún no consigo que la cajera entienda que quiero leche SE-MI-DES-NA-TA-DA.

Brixta -

Tu barrio mola mucho, mucho. A ver si se da todo bien y me hago tu vecina. Así tengo a quién pedirle sal o un huevo. Me da la ligera sensación de haber escuchado esto antes. :D

La imagen del viernes por la noche en las fiestas de tu barrio con los chulapos octagenarios comiendo kebab, impagable. Por ni hablar de la danza del vientre espontánea justo delante de nuestra mesa, inolvidable. Me lo pasé como nunca.

Creo que debería haber un poco más de tolerancia y comprensión mutua, tanto por parte de los que vienen como de los que estábamos aquí. Tan malo me parece el racismo sin ton ni son de unos, como la poca voluntad de integración de otros.

No es que Londres sea modélica en ese sentido porque racismo hay, aunque un poco más solapado, pero en algunas cosas es un ejemplo a seguir. Claro, que ellos empezaron a recibir (y no precisamente con los brazos abiertos) inmigrantes hace décadas. Aquí es un fenómeno más "nuevo".